Mis parpados pesados se elevaron lentamente para permitirme la visión de aquel habitáculo que mantenía mi cuerpo en reposo y cuyas paredes de madera reprimían cualquier tipo de movimiento de mi parte, más allá de mi desesperación y de la sangre que derramaban mis manos en su intento por liberarme de allí.
El accidente fue increíblemente fatal, y la muerte se llevó consigo a la totalidad de los participantes de aquella colisión, durante la fría e inhóspita noche del 19 de marzo.
Entre las 7 victimas me encontraba yo, Alvarito, impúber individuo cuya vida se había visto interrumpida a la corta edad de 11 años, justo el día antes de mi docena.
Luego de los increíbles esfuerzos de los paramédicos por no dejarme morir, todos ellos inútiles por cierto, fui inmediatamente trasladado a una lujosa sala velatoria, no sin antes conocer a un hombre de avanzada edad, elegantemente vestido de un negro interrumpido solo por sus guantes blancos, quien arroparía mi cuerpo con algunas de mis prendas preferidas.
Ya en la sala fui depositado dentro de un cajón delicadamente diseñado para alojar mi cuerpo desde aquel momento.
El hecho de ver aquel hombre y poder reflexionar acerca de su aspecto me llevó a la conclusión de que continuaba yo con la capacidad de ver, sentir y hasta de pensar, pero por más grandes que fuesen mis esfuerzos, me era imposible mover cualquier parte de mi cuerpo, el cual ya no me pertenecía, así como mi voz, que se negaba rotundamente a salir de mi boca.
Fue así como comencé a ver aquellas personas con quienes hasta ayer había estado, sin siquiera imaginar que sería este el último día de mi vida.
Mis padres fueron los primeros en acercase. Mi madre con su rostro desfigurado emanaba tristeza, potenciada por las lágrimas que caían ahora en mi cara. Mi padre, por su parte, parecía inmutable, como negándose a admitir la realidad en la que tan profundo se había sumergido mamá.
Si tan solo pudiera decirles lo mucho que los quiero, más que nada a mamá que no para de gritar de manera desbaratada, empapando mi rostro con sus lágrimas y con su saliva que se confunde con sus besos. Pero es inútil, por más que lo intente,mi voz no va a declarar lo que siento y mis brazos no van a consolarla en un cálido abrazo, porque ellos ya hace rato que no están conmigo y se fueron con la lluvia de anoche.
Poco a poco se van acercando a mi cuerpo muchos conocidos. Están aquellos a los que quiero tanto que vuelvo a esforzarme por abrazar, aun sabiendo que es inútil. Pero también están quienes lloran mi perdida ante mi atenta mirada y hasta el día de ayer no hubieran derramado una sola lágrima por mi, pero acordes con el ambiente cargado de angustia, expresan una falsa e imperdonable sensación de dolor por la perdida de un ser al cual no supieron demostrar su cariño durante 12 años.
Tampoco pueden faltar los indiferentes, a quienes respondo con indiferencia y sin rencores por no expresar ellos algo que ni siquiera sienten.
Lentamente la habitación se va despoblando y aunque me quedaría eternamente aquí contemplando los hermosos ojos de mi madre, noto que el anciano de guantes blancos ha vuelto por mí, y en una actitud totalmente insensible, me separa de mis padres para apartarme en una habitación contigua y cerrar finalmente mi cajón, no sin antes privarme de lo único que me quedaba, cerrando con sus ásperos dedos mis ojos, los cuales ya no volverán a abrirse, al menos hasta que no sea demasiado tarde.
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