En la avenida José Joaquín Veroes está un charco famoso por tragarse automóviles enteros y hasta gandolas cargadas apenas cae una lloviznita, el alcalde decidió tomar cartas en el asunto y designó un equipo altamente capacitado para estudiar y solucionar el problema. Luego de tres años de arduo trabajo el equipo de profesionales estimó necesario contratar un psiquiatra de charcos preferiblemente graduado en la universidad de los Andes.

Trajeron al lentudo intelectual y le dejaron a solas por media hora con el charco. Al finalizar la sesión, el doctor se dirigió muy solemne y callado hasta el despacho del alcalde. Cuando fue interrogado por la causa de tantos desastres el médico respondió que el problema del charco lo diagnosticaba como un “Síndrome de Vacuidad Endógena”. El alcalde, por supuesto, no entendió, entonces con mucho tacto y pedagogía el galeno le explicó que como el charco había nacido originariamente de un hueco; se sentía vacío, y cuando llovía, aunque fuese de agua, experimentaba una redoblada llenura, entonces, rebosante de alegría invitaba a todos los huecos de la ciudad a pasar la velada con él.