El diablo había alineado los planetas. Todos en orden. No había escapatoria. Además, él tampoco deseaba escaparse. Aunque las dudas habían ocupado todo el espacio en el cajón de los remordimientos, nada como un paño húmedo de deseo para acabar con ellas.
Era evidente para ambos que la atracción había sido mutua, fulgurante. Las palabras de uno y de otro se atropellaban en la pantalla. Ambos ansiaban acabar cuanto antes con esa poco deseada fase de forzada distancia, una vez se habían demostrado con apenas unas frases lo que los dos buscaban leer, saber, encontrar en el otro.
En solo unos días, habían compartido muchos meses. Era ya inevitable. Tenían que encontrarse. A pesar de la distancia, de las dificultades de ambos, el bueno de Lucifer les echó una mano.
Un fin de semana. El primero. El único. El último. Una cita en una estación de tren. Un día para descubrirse. Una noche para amarse. Una resaca de sentimientos confundidos.
Meses después, él, como cada cierto tiempo, hace recuento de sus haberes: ‘Ahí están, no falta ninguno. Todos presentes: el deseo, las dudas, los remordimientos, Lucifer, y... un momento, tú eres nuevo...’. Un recuerdo. Un recuerdo de algo inesperado, extraordinario, inaudito, y quizá... inventado. Como las nieves de verano. |