Avanzábamos muy lentamente por la ladera del cerro Cattlerhead. Intentábamos establecer con claridad el perímetro defensivo que el almirante Schegt nos había ordenado mantener. Yo el Coronel Maximus Deschanel, mandaba la sexta patrulla de intervención armada en zona de conflicto. Era una unidad especial, de elite como le decían antes, de 6 hombres altamente entrenados en las especialidades de asalto anfibio, paracaidismo y exterminio de terroristas, que era la razón de nuestra presencia en Bakti, octava región de mando superior astral, dependiente del Decanato de Bosji, en Halo.
Mis órdenes estaban claras: A toda costa debía impedir el paso de los Ricken, raza mutante establecida más allá de los territorios antes mencionados. Los Ricken no eran sólo terroristas, de origen alienígeno en Tierra 4, sino que además, constituían una casta religiosa altamente comprometida con el Pacto Shanti, que unía a todos los no integrados a la Federación Galáctica, capítulo Abba, quienes buscaban el fin de las humanidades terrícolas. Tras emigrar de la Tierra originaria, nuestros ascendientes, lograron conformar colonias exitosas en al menos 34 planetas y/o satélites del universo Abba. Tras décadas de guerras, habíamos sometido a los no federados, pero bajo la condición de otorgarles un gobierno propio. Ahora, los declarados enemigos de las humanidades universales, continuaban la lucha a través de grupos paramilitares.
El cerro Cattlerhead a 2 kilómetros de Nuevo Paramaribo, capital de la provincia autónoma de Todos los Santos, significaba una posición estratégica para quien lo poseyera. Tras un intenso debate el senado de la provincia había permitido al primer cuerpo del ejército cósmico angélico entrar en sus fronteras desmilitarizadas. Este primer cuerpo (aclaremos sólo de corte expedicionario), estaba conformada por los destacamentos Albelda, Mistitlán y Chacabuca de Oxfield, de alrededor de 127 hombres cada uno. Nuestra patrulla, pertenecía al Albelda, primera línea de fuego y esperábamos última.
Continuando con la descripción de nuestra posición, había ordenado al Sargento Bastardius, tomar posición de la saliente oriental de la ladera, para que junto al cabo Jacobsen (portador del arma antiblindaje Krivta L-3), detuvieran de un solo disparo de esta mortal arma diseñada y estandarizada según los patrones de la federación, a los insurgentes, quienes, según las informaciones que manejábamos se movilizaban en un plato OUI, detectable fácilmente por nuestros sensores.
A las 4 y 76 de la viruta (creo que alrededor de la 8, 945 del tiempo subhumano), divisamos a 10.000 kilómetros el plato y sus respectivos foo figthers. Pedí apoyo a la quinta patrulla de aprovisionamiento y a la segunda de exterminadores reales, que estaban a 8 millas de nuestra posición. En 2 nanaosegundos, abrimos fuego contra el bólido que se estrelló a 3 millas (aprox. ) de nuestra posición. Inmediatamente ordené el asalto de los exterminadores, quienes junto a Estay y Llanos, mis dos exterminadores de la patrulla procedieron a tomar sus vehículos (DALREGS ) de acercamiento, con la intención de terminar de una vez por todas con este grupo extremista.
Alrededor de la 1 con 123, aún de la viruta (perdón creo que algunas humanidades hablan de la mañana, nosotros no podemos, pero ese es un tema que no corresponde tratarlo aquí), se inició un violento combate entre nuestros hombres y los Ricken, que contaban con armamento prohibido. Valenzuela cayó herido, por lo que solicité la entrada de los elementos logísticos que aguardaban el desenlace. Inmediatamente envié un mail al resto de las patrullas divisionarias que vigilaban otros posibles accesos a Todos los Santos, comunicación que sólo fue infructuosa en el caso de la Patrulla 1 de fusileros al mando del mayor Gana, quien no había pagado la cuenta, correspondiente a su diezmo akásico.
Al parecer todo había terminado a 5-09 de mustia (noche, para que no haya más problemas), pero los foo figthers albergaban células Zegbi de autoclonado que nos obligaron a detonar el arma nuclear táctica reglamentaria definitiva, que se autoriza a emplear en este tipo de casos. Lloré la muerte de Cifuentes y de Smith, de la cuarta, pues nunca te acostumbras a la desaparición física de alguien, pese a que sabes que pronto reencarnará, tal vez como tu hijo. Sin duda, era un defecto que había impedido mi ascenso al generalato, pero que va, sólo era un transplantado de la Tierra original, tratando de acostumbrarme a una nueva realidad de sentimientos inexpresables.
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