Pasa la vida. Momentos que se diluyen sin que acabe de vivirlos plenamente. Es posible que todos esos artificios a los que me di, a los que me sigo dando, hayan contribuido a este estado de intranquila quietud. El miedo a ahogarme, a estrangularme de la vida, de la realidad, han creado este mundo paradójico de prisiones equiláteras, matemáticamente imperfectas. Sobre el decorado laberíntico, las piezas se desplazan desordenadamente, como en un ajedrez donde sus colores se acaban fundiendo en un furtivo vaivén desprovisto de toda lógica.

Las personas que me rodean son atrezzo. Personajes descuidadamente adornados de conductas estereotipadas. Decorados. Una parte de la trama, de la novela que se me ha dispuesto, para que me mueva libremente en apariencia a través de las páginas. ¿Quién es darío.B.malik? Existe la absurda creencia de que existe esa persona, cuando muy probablemente no se trate más que de un subterfugio imaginado por alguien con la excusa de metaforizar cuanto le pasa por la cabeza, porque yo, como tal, darío.B.malik, no existo.

Pasa la vida. Y cada acción se queda a un lado, de refilón. Con el característico vacío en el estómago cuando veo que el presente quedo atrás... ¿Lo necesito? No es descabellado reafirmarme en la necesidad del sentimiento trágico de la vida. Aprendí a caminar en ese límite, esa delgada línea que separa la acción y la vida, del relato y la no existencia. Y ya no sé vivir en otra parte. Ya no quiero vivir en ninguna parte. Sencillamente, ya no sé aprehender la vida. La decisión me asusta. Sus consecuencias me intimidan, y entretanto el tedio me corroe, me abruma y me invita al suicidio fríamente planificado. Anny es en cierto modo la máxima expresión, el gran precepto que define cada uno del resto de los actos de darío.B.malik. Y mientras yo, en primera y tercera persona, me empeño en no vivir, la ciudad sigue resultando incomprensiblemente agradecida, regalándome el placer mundano que memoricé detestar.

Pasa la vida. A un lado y a otro. Se torna otoñal. En mitad de la calma que sigue a la tormenta, darío.B.malik permanece impasible, rodeado del gris, del frenético movimiento que la urbe, la polis bien educada, ha dispuesto para la inconsciencia, para que la reflexión no sea necesaria. El éxito ha logrado desvanecerle, desproveerle de su identidad y provocar que pase de la primera a la tercera persona nuevamente. Y para acallar el tedio, cuando las luces coloreadas se divisan entre la ruidosa oscuridad, abre la botella. Al fondo del cristal, una puta y un piano.

Pasa la vida. Podría recurrir al arrepentimiento, a mirar porque falló en su blanco la flecha lanzada, hasta convertirme en un lúgubre y grisáceo romántico becqueriano del que Malik se avergonzara. Podría dar rienda suelta a B para que, mientras tortura a Darío, apresase la lástima de quienes le rodean. Sería entonces ese último hombre que, en un dechado de aseada locura, realiza sus conductas buscando la reacción de los otros. ¿Quién es darío.B.malik? El último de los hombres agoniza, mientras el león se muestra dubititativo antes de despedazar definitivamente al camello que impide al trino personaje convertirse en un hombre. El niño, querido Federico, es un no-nacido. Me parece oportuno informarte, aunque sé que no recibirás esta carta.

Pasa la vida. Y la absurda decisión entre la cuchilla y la soga, se convierte en idéntica rutina con la se escoge una u otra pieza de fruta en un mercado. darío.B.malik se va a quitar la vida en siete días y su gran tormento es que aún no sabe el modo.

a)No entiendo nada
b)Necesito autodisciplina
c)Si todos pensamos lo mismo, nadie pensará demasiado.


*Extraído de La Ciudad Agradecida