Un fósforo.
Una llama que se enciende.
Al comienzo es fuerte y grande algo así como una gran explosión, un big bang.
Poco después encuentra su rumbo, aunque no siempre sucede así, en ocasiones se extingue sin explicación alguna y otras veces la llama es tan tenue que no puede sustentarse, por lo que termina también desapareciendo, pero también están las que continúan hasta el otro extremo esas son con las que más nos identificamos.
Al comienzo los dedos que sostienen dicha luz aprietan fuertemente, pero la llama nunca los ve, nunca sabe quien sostiene su existencia o no se quiere dar cuenta.
Luego de que la llama es segura y está encaminada es fácil, pero varias cosas pueden pasar en el trayecto al otro extremo, viento, movimiento y humedad. No importa el agente que puede estar encubierto, importa que lo pueda pasar y de que se debe estar preparado, es allí donde le encuentro vital utilidad a los dedos. Dedos que en ocasiones inclinan el camino del fuego o optan por cubrirlo, todo es valido.
Mientras la llama recorre ese combustible primario, va dejando atrás en su paso un camino rojo y más atrás uno negro, Todos sabemos que el que nos atrae es el rojo a lo negro se le resta importancia, nadie piensa en él, nadie se acuerda, es pasado lejano y oscuro que no atrae.
Así es el recorrido de la llama, sigue y no para. En algún momento los dedos la soltaran o la tomaran del otro extremo otros dedos, que trataran de protegerla, muchas cosas son las que suceden, algunas son consideradas por ese fuego y otras ni percatadas, pero es así como deben transcurrir las cosas.
El fuego respira, necesita ayuda, quiere seguir vivo.
Mi fósforo está a punto de llegar a la mitad y aún tiene los dedos que lo protegen, aunque ya no lo mueven, es más, dejaron la llama en libre albedrío. Sé que hay cientos de llamas allí en distintas condiciones, fuertes, débiles, rojas, amarillas, grandes y chicas, pero eso es lo que hace un reto, el juego de prender un fósforo.
Diego Calvelo
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