El otro día tuve un sueño. Desde que desperté no tocaba el suelo. Flotaba con una suavidad incalculable por cada habitación. El aire poseía cuerpo, densidad, sustancia… y yo parecía acariciarlo con el movimiento de mis dedos. Recorrí cada rincón hasta que hallé justo lo que buscaba. Por primera vez salió sangre de mi corazón, y se distribuyó como una gran explosión por todo mi cuerpo. Mis manos parecían cobrar vida, mis pies tomaban color y cada centímetro de mí logró sentir la vida por un segundo. No podía mirar, ni siquiera abrir los ojos. Estaba volando. Volaba muy alto, no temía caer, pero todo era tan maravilloso, que si respiraba profundo acababa con todo indicio de aire. (“¡Me aterra la altura!”, solo te lo quería decir.)
Algunos momentos más tarde (dísese de momentos: instantes que unidos forman una ilusión de vida) caí al suelo. Esta vez mis pies ya no poseían magia alguna. Eran solo parte de un todo que me contenía. La sangre dejó de fluir y un frío intenso acompañó a una jaqueca inexpresable. Sentía miedo, confusión y desconfianza. Los momentos eran grises otra vez. Aquel me quitó la vida justo después de enseñarme que era vivir.

k_rolcita