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Con la Blanca en la Blanca nieve cordillerana.
O, el calcetín bandera del amor

“Un gustazo un tablazo” dice un refrán por ahí. Una tarde de un invierno su madre quiso ir a la cordillera a disfrutar un par de días de nieve y aire puro allá en el Cajón del Maipo, así que había que prepararse.
Pedrito… ¿si?

Mi mami y la tía Rosa quieren ir a San Alfonso por un fin de semana y como el próximo es largo, ¿Vamos?
Vamos, si vamos

Pedrito lindo, mira, dejamos a las viejas y a mi hijo y nos escapamos mas p´arriba en el auto, nos metimos en algún lado del camino y bueno, lo que sea, lo que el amor y el calor determinen ¿Te parece? Blanca, habla con voz calma pero llena de implicancia de complicidad, vive con su madre y el hijo de un matrimonio ya acabado hace años, su madre (de Blanca) la acecha cada vez que puede, antes, cuando casaba estaba, en las noches la madre o se enfermaba (asma y pulmones por mucho cigarrillo) gritándole que le fuera a ver, o derechamente le abría la puerta de la habitación del matrimonio. Así que cada vez que deseaban hacer el amor, debían hacerlo calladitos y casi sin movimientos bruscos (onde la viste loco) ya que la señora tenía un sueño muy liviano y se despertaba hasta con el ruido de las alas de alguna mosca que se metiera en el departamento 510 del 5° piso de la torre.
“Corazón, no podemos perdernos la ida a la nieve, pero, eso de perdernos en algún camino es lo mejor de todo”. Escaparse de la mirada verdugueante de la señora es un placer inolvidable, y el viaje a la cordillera es buen panorama.

Pedro, nos venís a buscar como a las once de la mañana y nos vamos, pero llega a la hora, para que aprovechemos el día claro -Blanca ese sábado no trabajará, y el Pedro no tiene actividad, así que no hay dilema mayor para la escapada a pasar el calor corporal con el frío y la altura-
“Blanca, no te preocupes, allí estaré a la hora p´a cargar las maletas, por que las viejas van a llevar como para campamento de verano”.

Llega el sábado, Pedro revisa el auto, japonés y pequeño, blanco, los neumáticos con buenas rayas y la de repuesto en la maleta, gata, (no de las que comen uiskas que son el opio de los gatos) llaves, botiquín de primeros auxilios, todo en orden, nada falta nada sobra, antes de las diez de la mañana enrumba hacía el oriente para encontrarse con las tres mujeres y el niño de 10 años, “las once”, piensa, a la una en San Alfonso, y de allí dejar la carga de cargantes y a subir buscando algún lugarcillo cómplice, luz habrá hasta pasado las 5, - parece que el Pedro lleva una calculadora en la mente y es que hay que aprovechar bien el tiempo -.

Como a las diez del sábado, llegó el Pedro a buscar a la gente.
“Gente, nos vamos” -grita cuando le abren el departamento 510 en el 5° piso de la torre- ¿Están listas las cosas para cargar el camión? –Sonriente pregunta- ellas, las antiguas y el pequeño piensan que es para apurarlas y que el peter despertó de buen animo, solo que el piensa en el enredo de piernas que luego se armará allá en la blancura de la cordillera y eso lo hace tener una sonrisa de oreja a oreja.

¿Un cafecito Pedrito? – Pregunta la madre de Blanca- “Si pues, que le hace el agua al pescado” “que sea cargadito y con poca azúcar”.
Mientras disfruta de su café, de grano, no Nescafé, mira como las mujeres sacan y sacan cajas y bolsos, una tras otra van apareciendo las cositas que llevan, Blanca lo mira y risueña se encoge de hombros.
“Llevan cosas para el invierno entero, si regresan mañana o pasado” – les molesta Pedro- rascándose la cabeza.

“Si pedrito es que llevamos varias cosas que dejaremos allá en la casa” – le comenta la madre y la tía confirma con la cabeza- Una flaca y la otra gordita cuando se reúnen ambas, caramba son cosa seria, guenas pal copete, así que algún par de botellas de buen tinto debe ir metidas en alguna maleta.
Una vez terminado el café de Pedro, se inicia la marcha, patrulla de lobatos parece el grupo, delante va Pedro seguido por ellas con su carga de lo inimaginable.
Se carga el auto, se llena y suben todos, atrás, la madre y la tía en medio de ambas algo ahogado va el niño, Blanca, adelante al lado del piter.

Se pone en funcionamiento, parten hacia el oriente y al enrumbar al sur cordillerano por la amplia avenida que circunda a la capital, el chofer acelera lo suficiente para no caer en falta a la ley del transito, es época de verde y gris en las calles y carreteras, tiempo de detenciones sin argumentos, de detención por sospecha.
La mujer (Blanca) le hace hervir la sangre por la pasión que se expresa absoluta en cada encuentro amoroso, se puede pasar del frío al fuego en un segundo, de las arenas secas de la vida en común sin mediar amor al océano tibio como mar caribeño del amor compartido, cualquiera sea el sustrato en que se base, un mullido colchón de plumas o la dura roca playera, de la habitación con estufa encendida de noche de Julio en Santiago cordillerano o la nieve allí en los faldeos de Los Andes , no importa donde sea la unión, esta será bella, pasional y tierna, frutal y floral se dice Pedro.
El conductor con una mano en el volante y la otra en la palanca de cambio, aunque solo a medias ya que va desde la perilla a las piernas de Blanca, los ojos puestos en la carretera y el asiento trasero, luego de unos minutos ya van tres chóferes, se le complica la cosa al Pedro.

“Pedro”, vas muy aprisa –dice la madre de Blanca-
No, para nada, solo 80, nada más.
“Cuidado con la izquierda””tan cerca que pasaste de la micro”
Si tía…

“Blanca, por favor enciende la radio”, -diciéndole eso Pedro comienza a subir la gran cuesta- la radio suena con música suave, pero, la madre de Blanca…
“Blanca, coloca la Bethoven para oír música clásica”
Pedro mira a Blanca y con sus ojos le dice que no “Blanca busca la Colo-Colo que quiero oír música cumbianchera, si no me duermo en el volante” –así siguen subiendo- ya va molesto al Pedro con su carga, falta poco se dice, apretándole la pierna a su amante amor, le sonríe entre alegre y molesto, ya que atrás nunca callan, pero, si hablaran entre si estaría bien, pero, insisten en dirigir el auto, luego de hora y algo, llegan a la casa de adobe a la orilla de la carretera cordillerana, dejan a las mujeres mayores y al niño, los que cuidan la casa saludan y encienden fuego de chimenea que luego entibia el ambiente, Blanca y Pedro se escapan con un “traeremos un kuchen de nueces para tomar onces”
Se dirigen cerro arriba, ella coloca su cabeza en el hombro del hombre, un par de kilómetros más hacia el cielo se inicia el blanco, primero leve, matizado con el café de la tierra hasta que la albura cordillerana se adueña de todo el paisaje, llegan a un barrera verde, verde paco digamos, el guardia pide el carné al chofer para saber quien sube dice, les pregunta hasta donde van y recomienda no regresar muy tarde, hace poco pasó por el camino una máquina limpiando la nieve, a cada lado del camino se ha formado un muro blanco de un metro de alto, un metro de nieve, unos kilómetros más y al lado derecho se abre una pequeña vereda, frenan, se bajan, el auto ha quedado firmemente frenado sobre la nieve dura. Tomándose las manos se meten por la vereda huelen el aire puro, los pulmones se limpian y abrazan sus cuerpos en un apretado beso, las manos inician la exploración de los cuerpos mil veces conocidos, mil veces misteriosos, mil veces nuevos, mil sensaciones diferentes, antes que suba demasiado la temperatura el hombre baja enciende el motor, enrumba con el pequeño japonés hacia la vereda internándose unos metros hasta quedar escondido de las miradas, sube ella al auto, sube la temperatura interior, los vidrios se empañan con los vapores, nerviosismo, ansiedad, humedad, amor, mas amor, y con mas amor más calor, le saca el chaleco de lana y ella quita el de Pedro, es como la canción, “tu me sabes una y yo te se tres” así pieza a pieza hasta quedar sin nada de ropa, en plena libertad, se ha roto la barrera del ropaje, los cuerpos están plenamente unidos en uno solo, la humedad de ambos hace perlar gotas de sudor como rocío de primavera, finalmente los asientos delanteros se caen hacia atrás quedando como dos catres de campaña, así en la cómoda incomodidad del carro los cuerpos se funden en uno solo, comparten suaves fluidos, susurros y murmullos de amor, alguien diría dos cauces unidos en un solo rió, un rió de mil colores, mil soles, mil arco iris otorgados por la lluvia y sol de amor, una y otra vez se beben y compenetran una y otra vez coronados por apasionados y seductores orgasmos, lugar al que han llegado al compartir almas y cuerpos con infinita amistad y complicidad, con solidaridad y entendimiento, luego de algún tiempo los cuerpos se calman, la ansiedad pasa, la paz se enseñorea en ambos, bajan un poco el vidrio de una ventana entrando el frío aire del paisaje geográfico, ella no era amante del orden en esas circunstancias, él menos, cuesta encontrar las cositas en un espacio tan pequeño.
Una vez tranquilizados los espíritus, los vidrios se desempañan, el paisaje se ve majestuoso, los cerros blancos, la nitidez es increíble, de abajo del asiento ella saca un termo, un par de vasos para preparar un reconfortante café, luego la chrla comentando las cosas de las viejas, surgen las risas altas para luego darse cuenta que las sombras indican que caerá la noche en una hora o menos.

“No vamos Pedrito” –dice con cariño la Blanca- “tenemos que ver si encontramos algún kuchen pa la once”, - jajajajaja la risa surge de ambos al unísono-.

“Vamos” si, vamos….

Pedro coloca el auto en marcha, espera un minuto, marcha atrás para salir, lentamente saca el pié del freno y… No hay retroceso… freno, más fuerza, quitar freno y… no hay retroceso, ¿Qué ocurre Pedro?, “no nada”, para el motor, respira y espera unos segundos, llave, motor andando, fuerza, primera, saca el pie del freno y… no hay avance, una vez y otra vez, ni pa tras ni pa delante anda el auto.
“Blanquita, bajate un ratito a ver si con menos peso salgo, por favor” ella baja, él, hace lo mismo, pero el auto se niega, ni hacia atrás ni para adelante anda la cosa, ella se blanquece, su rostro se ve albo, menos que la nieve si, pero blanco al fin, es decir pasa a ser una Blanca blanca, Pedro baja, mira las ruedas, “hummmmm” dice, “se hundieron, parece teníamos mucho calor niña”.
Los minutos pasan, el frío arrecia, el auto no anda, se enterró y no quiere salir, el nerviosismo crece por segundos, ¿Qué hacemos pedro? Tranquila amor, algo se hará para salir de acá –pero pasa el tiempo y Pedro no puede solo sacar la cosa esa. Pero Dios (dicen) aprieta pero no ahorca, en un silencio oyen voces de hombres, claro que con la tranquilidad del paisaje puede ser desde 10 metros o una cuadra.
“Shist. Blanquita, escuchemos para saber de donde vienen las voces” -No huevón, no llamís a nadie, que me va a dar vergüenza o ¿sin son patos malos?” - dice ella - “ah, mujer, si la gente no es mala” Las voces se acercan, aun hay sol, no es tan mala la situación, Pedro hace otro intento con el motor y nada, otra vez no anda, las voces se acercan y ahora que el motor sonó, ellas (las voces) cambian de lugar y avanzan hacia el motor, en un segundo en una cima se ven 4 hombres caminando a pie, Pedro les hace señas con las manos, ellos lo ven y se acercan sonrientes, deben ser lugareños que han de trabajar en algún pirquén o arrieros.
¿Que le pasó amigo? –pregunta el mayor de los cuatro- “No puedo sacar el auto” ¿le ayudamos? – Bueno - ¿Cómo se le fueron a enterrar las ruedas amigo? Pedro, encoge los hombros y sonríe, “cosas que pasan” mientras Blanca mira hacia otro lado para que no le vean la cara. Los cuatro miran, mueven la cabeza y el mayor sentencia, “no saldrá solo, así que hay que levantarlo” dice eso y cada uno toma lugar en cada esquina del vehículo, Pedro se va a colocar adelante, en medio para ayudar, el que hace de cabeza le dice, “amigo, no se preocupe, usted debe estar cansado, nosotros lo hacemos” dicho y hecho toman y en un dos por tres levantan en vilo el auto, lo corren medio metro y luego de otro impulso lo llevan hasta un lugar en que hay camino, son hombres de faenas duras, si arrieros si pirquineros, o ambas cosas, así que acostumbrados a subir con el capacho por la chimenea de los piques con 60 o mas kilos en los hombros.
“Vea si sale amigo” llave, marca atrás, pie del freno y lentamente el auto sale hasta la carretera, Blanca sube y agacha la cabeza, sigue avergonzada, Pedro baja, y se despide dándole la mano a cada uno, de pasada pregunta ¿les debo algo? – no amigo, vaya tranquilo, alguna vez uno requiere ayuda y la encuentra también. Gracias repite Pedro y baja para irse con Blanca. Cuando va a salir hacia abajo. Desde arriba uno de los hombres levanta la mano y muestra en ella algo… ¿Que muestra?” pregunta Pedro
“El calcetín que no encontré” grita Blanca, “Oye quiere que lo vayas a buscar, bajate mujer a buscar tu calcetín” “mujer te sacaste hasta los calcetines” le molesta Pedro, “ve a buscarlo para que bajemos” la mira, levanta la cabeza, la hecha hacia atrás y lanza una carcajada que se oyó hasta en Argentina.
“Maricón” –dice ella con fuerza y enojo - “no me voy a bajar y menos ir a buscar esa huevá” “Vamonos Pedro, vamosnos al tiro” “No mujer hay que ir a buscar la calceta, no podemos ser rotos con los hombres aquellos” “yo no voy” ella repite “Voy yo poh” “Pedro, si vas te mato” –pero, Pedro baja del auto y camina los 15 metros que lo separan de los hombres, llega allá, el mayor le dice “¿Suyo?” Pedro levanta ambas piernas del pantalón y muestra que están los dos y sonríe…. Sonriente le devuelve el calcetín gris y pregunta “¿Valió la pena el susto?” “Oh si, bonito fue” Suerte” dice el minero. “A ustedes” y regresa al auto en donde ella espera aun mas roja, al sentarse ella le da un pellizcón, “te dije que no fueras” “maricón” ah niña, si solo era un calcetín, no era ni el sostén ni el calzón. Pero amor, fíjate en donde dejas tus cositas para otra vez.











Texto agregado el 13-11-2004, y leído por 709 visitantes. (18 votos)


Lectores Opinan
19-09-2006 Es que el calcetin era muestra de la travesura. jijiji. Da Pena. 5* regina_mojadita
20-06-2006 Un relato fresco y chispeante lleno de humor e ironía, que se lee desde el comienzo con una sonrisa y también mucha risa entremedio. El lenguaje tan natural y tan chileno nos hace cómplices de la aventura de los dos tortolitos, y por Dios, las viejas pesás esas! Pero sin ellas quizás no se vivirían aventuras como esta que relatas. Merece las cinco estrellas y muchas más aun! loretopaz
14-06-2006 Jajaja. Muy buen relato. Entretenido y con gracia. Y "para un buen gusto un buen susto" ***** SorGalim
28-08-2005 miqueridoJuan, cuanta ternura, cuanta belleza en tu relato....Tu me acostumbraste a todas esas cosas, que son maravillosas y por ti aprendi...a disfrutarte en tu poesía, en tus vividos cuentos!! gringuis_
03-04-2005 Realmente me sorprendió. No digo por su talento para narrar, sino que (mira como funciona el mate) pensé que nos llevaba a narrar desde un ángulo nuevo el melocotonazo. Vayan mis 5 estrellas (pero no las del General) newen
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