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EL OPERATIVO

Nunca supe tener amigas, de chica era introvertida, miedosa y retraída.
En la clase no solía estar con las mejores, ni con las peores, era solo una paria del medio.

Cual un estigma ancestral de antigua casta, esos míseros sentires guiaron fatalmente mi destino.
Ya a temprana edad comprendí el duro trajinar de mi existencia.

No había a quien echarle la culpa, ya que la vida no guardó designios mejores para con los míos... Y en una fría y quieta madrugada de julio del setenta y pico nuestra casa se transformo en un campo de batalla y nuestra vida en una verdadera pesadilla.

Estaba durmiendo en el cuarto junto a mis hermanos cuando sorpresivamente unos estrepitosos ruidos y gritos nos despertaron alertándonos.
Asustados nos tomamos de las manos. Oímos que mi madre lloraba y gritaba entremezcladamente. Mi padre vociferaba y gemía.
Frente a tal escándalo nos sentimos aterrados, éramos tan solo unos niños y no entendíamos que pasaba.
Yo que era menuda para mis 11 años, tenía que dormir en la misma cama con Estela, mi hermana de 13, mientras que a Raúl de 15, le tocaba el catre.
-- ¡Son ladrones! Seguro que son ladrones-- dijo Raúl entrecortadamente -- Vamos, escondámonos, vengan debajo de la cama, ¡Rápido boludas! -- susurraba.

Corrimos a escondernos tirados en el piso, apretujándonos, manoseándonos, tratando de desaparecer bajo el elástico oxidado y viejo de mi cama.
Yo sentía frío, mucho frío, el piso estaba helado y gateando me fui al armario en busca de algún abrigo. Allí solo encontré la montaña de ropa sucia que mama dejaba acumular durante semanas.

En ese momento sentí unos pasos que se acercaban por el pasillo y sin siquiera pensarlo me zambullí entre el montón de ropa hasta quedar totalmente sepultada, por lo menos allí el frío había disminuido.

-- ¡Vamos pronto, carajo! -- se oyó gritar al tiempo en que la puerta se desplomaba de una patada.

Eran tres hombres con armas y rostros oscuros... sucios, sudorosos, parecían ratas invadiendo un nuevo territorio.

-- ¡Revisen bien les dije carajo! , O no sirven para nada pelotúdos! -- otra vez esa voz gruesa y áspera.

-- Estamos en eso mi sargento-- respondió una voz más aflautada.

-- Pero mira que sos boludo González, te dije que no me llamés sargento cuando vamos de operativo, y esto es un operativo oíste, un operativo. Me tenés que llamar jefe, sabés mal parido -- gruñó el ogro.
Si mi... Jefe, y ahora que hacemos -- dijo el mal parido.
-- Busquen, les dije que busquen. Tiene que haber alguien más, no ven las camas, todavía están calientes, tienen que estar por algún lado, seguro que son los tipos que buscamos --

Así que buscaban a alguien, por suerte no eran ladrones, pero igual yo estaba inmóvil de miedo.
No tardaron mucho en sacar de abajo de la cama a Estela y a Raúl.

Como mi hermano se quejaba, el de voz aflautada, le pego muchas veces en el estomago con un palo o arma larga que tenia en sus manos, hasta que Raúl dejo de quejarse y cayo al suelo vomitando sangre.

Mientras a Estela la agarro el grandullón y dijo -- Mirá que bocadito que tenemos aquí --, él la golpeó y se le tiro encima, ella lloró y grito, después no dijo nada más.

-- Que haces González, no ves que lo matás, boludo. -- dijo el tercero que cuidaba la puerta y se guardaba en los bolsillos cuanta porquería encontraba.

-- Callate imbécil, no ves que igual son boleta y vení si te querés montar a la pendeja que yo sigo revisando -- grito el jefe.

Así siguieron de a uno. ..

Yo creo que Estela estaba muerta cuando se la llevaron y quizás Raúl también.

Todavía era de noche cuando se fueron y aun sonaban sus voces y los lamentos de mi familia en mis oídos, mejor dicho aun los escucho cuando en las noches frías de invierno apoyo la cabeza en la almohada.

El silencio que sucedió al golpeteo de botas en el piso fue aun más aterrador y el mas profundo que recuerdo.
Tenia frío, mucho frío y miedo y temblaba por ambos, pero me quede allí quieta muy quieta tal como estaba, temiendo que... se volvieran... y en algún momento me dormí ya que de pronto me desperté sobresaltada, como quien tiene una pesadilla, y me encontré, casi ahogada, adentro de ese armario, toda enredada en la ropa sucia.

Era de día y el silencio en la casa aun era absoluto. Levante la cabeza y solo llegue a ver sangre y desorden. Camine lentamente por el pasillo y me asome a la otra habitación, solo desorden y sangre también.

Volví a mi cuarto, manotee todos los trapos que pude ponerme y me fui caminando a la capilla del padre Carlos.

Sabía que siempre estaba abierta.

Me dieron mate cocido con pan y manteca, aun tenía miedo y frío, pero tenia mucha hambre y me comí 4 barcos de pan con manteca y azúcar.

Esa noche dormí allí, en la casilla de María, con Celia, la nena.

Al otro ida el padre Carlos me llevo de paseo en colectivo hasta una casa muy grande, llena de mujeres vestidas de negro a las que llamó Hermanas.
Parece que era también un colegio, porque se escuchaban las voces de muchas chicas jugando. Supe que hablaban de mí, les pedía que me quedara.

Al final me hablo dulcemente, me explico que tenía que quedarme allí por algún tiempo mientras encontraban a mis padres, y que debía obedecerle a las hermanas.

Me dio una serie de buenas noticias, como que iba a poder ir a clase todos los días y que me darían casa y comida a cambio de que ayudara en las tareas de limpieza.

Yo sabia limpiar, siempre la ayudaba a Estela, y el lugar me gusto. Por lo menos no hacia tanto frío.

Me quede allí sentada mirando como él caminaba lentamente con la señora de vestido negro hasta la gran verja de salida.
Nunca supe que hablaron. La hermana volvió sola y yo lo seguí a él con la mirada hasta que desapareció en la esquina.

Las hermanas fueron amables conmigo. Él hizo lo que penso mejor para mí, y aun se lo agradezco tanto. Pero no lo volví a ver.

Supe que después a él también lo mataron...

Graciela Mariani
Buenos Aires, 8 de julio de 1997

Dedicado a la memoria del padre Carlos Mujica, quien nos demostró que la Fe, la Esperanza y la Caridad, no eran solo palabras huecas o cosas abstractas, a una generación tan escéptica y tan apaleada como la mía.
Y también a la del soldado Carrasco cuya muerte inspiro algo mucho más importante que mi cuento: que fue la abolición del Servicio Militar obligatorio.

Texto agregado el 20-06-2003, y leído por 190 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
20-06-2003 No se como comentarlo; si como una experiencia real o como un cuento. De todos modos el hiper realismo de las dictaduras da para historias épicas como esta. De todos modos debo señalar que esta muy bien narrada; con ambientes de angustia reconocibles y bien logrados. Me recordé del cuanto 'La picá' de Luis Durán un chileno de 'los miserables de Rancagua. cao
20-06-2003 Debe ser horroroso vivir algo asi... yihad
 
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