‘Cierra los ojos’, me dijo con una voz que incitaba a todo.
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‘¿Te gusta así?’, preguntó casi regodeándose en su meloso tono.
‘Sí, perfecto’, contesté mientras me acomodaba.
Siguiendo sus instrucciones cerré los ojos. En pocos segundos estaba totalmente relajado. Ella enredaba mi pelo entre sus dedos. Una y otra vez. De vez en cuando masajeaba dulcemente mi nuca, mi frente, mis sienes. Tan dulcemente que hasta parecía fuera de lugar.
En aquella posición, recostado, con los ojos cerrados, mientras su cuerpo seguía aquel rítmico vaivén, sus manos acariciándome, anudando sus dedos en mi pelo, de nuevo ocurrió lo que a menudo me ocurre, y es que mi alma pierde adherencia, y se separa de mi cuerpo. Ya me he habituado a ello, pero no por desacostumbrado me resulta menos impactante. Desde aquella privilegiada posición elevada, donde mi alma controlaba cada rincón de la habitación, la escena resultaba realmente sugerente. Mi cara revelaba un aspecto de satisfacción absoluta. A pesar de la separación ‘física’, cuerpo y alma disfrutaban por igual del momento. Ambos sentían el suave contacto de aquellos diez tiernos, firmes, dedicados dedos.
El ‘orgasmo digital’ que estaba próximo se frustró repentinamente, al frenar en seco las caricias y escuchar un malvenido ‘ala, ya puedes pasar a cortar’. La realidad dio una patada en el culo de mi alma, pegándola de nuevo a mi cuerpo.
No me importó. He decidido cortarme el pelo más a menudo. |