La esbelta mujer miraba hacia el horizonte anaranjado. Allí, bajo un mar calmo y azul, un petrolero se entreveía cual silueta de cartón. Ella sabía el nombre del barco, así como todos los nombres de los que lo tripulaban. Se pasó las manos por un pelo rubio, muy seco... no podía relajarse. Siempre aparecían los nombres, los detalles... A su lado, en el muelle donde se encontraba, un viejo y un niño de unos diez años caminaban juntos; uno esforzándose por llegar y el otro conteniendo sus impulsos. De repente a Eva le sacudieron los recuerdos de una vida dedicada al mar y a una familia que le amaba. Recordó cuando su hermano Pedro le salvó de morir ahogada, un año que cruzaban el Estrecho y en un temporal a ella se le fue el cuerpo al mar encrespado...
El mar no es amigo de los que lo temen...
Y ella no tenía ningún hermano llamado Pedro...
Los recuerdos afloraban en su mente como cuerpos de náufragos que se negaban a hundirse en ese océano cavernoso. Uno tras otro, fueron hermanándose, bregando con el oleaje, luchando con la voluntariosa marea para al final trenzar sus brazos famélicos y con ello, reconstituir un pasaje de la vida de la mujer.
Muchos años antes, en una pequeña caleta, había llegado al mundo de la manera más artesanal que puede llegar un cristiano: sin asistencia alguna y con la madre pujando como si quisiera expulsar de su cuerpo algún extraño maleficio. Cuando la niña nació, la madre perdió el sentido y Eva estuvo manoteando y berreando durante un largo rato antes de que la madre recuperara el conocimiento y la encontrara tirada en el suelo, como la versión femenina de Jesucristo.
Cuando se supo de su nacimiento, llegaron las comadronas a verificar que todo hubiese salido bien, asearon a la bebita y asistieron a la madre.
¿En que año estamos? Preguntaba la mujer al viento y este -indiferente-, se contentaba con manosearle el cabello... ella y su risa imprecisa que competía con el silbar del viento. Muchos años habían pasado desde su largo peregrinar; víctima del abandono a temprana edad su vida había transcurrido en una serie de hogares de beneficencia y casa de acogidas, en ninguno de ellos pudo echar raíces, su carácter extraño y su origen reñido la marginaron de las oportunidades. Su paso por tantas familias y tantas vivencias la convirtieron en una mujer con una memoria fabricada con recuerdos robados.
Ese día de mar, en ese día en que sus ojos se perdieron detrás el horizonte infinito comenzó a armar un nuevo rompecabezas con piezas tomadas de una tragedia: Un barco, olas gigantescas y amenazadoras, el cielo cruzado por relámpagos, gritos y gemidos sobre la cubierta y ella con los brazos extendidos hacia mar evocando su pasado de sirena... “Pedro, mi buen Pedro me toma de los brazos tratando de arrebatarme de las manos del tritón. Esta vez déjame ir, es allí donde pertenezco, mi mundo está en ese fondo ingrávido, allí me esperan... suéltame y no llores por mí... voy a ser feliz”.
Sobre la arena el cuerpo de una mujer hinchado con el pelo cubierto de algas verdes y tornasoleadas, con los ojos abiertos como desafiando al Sol y una mueca que podría interpretarse como una sonrisa está a la espera de que alguien la vea y de que muchos le inventen una nueva historia.
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