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- Buenas noches.
- Bienvenido a casa. ¿Cómo fue tu viaje?
- Conocí a alguien.
- ¿Sí? Cuéntamelo.
- No lo entenderías.
- Inténtalo.
- Además, ella te conoce.
- Yo conozco a mucha gente. ¿Estás cansado? Pareces triste.
- No. No tengo motivos para estarlo. Ni siquiera para odiarme. Solo tengo razones para volar, para renunciar, para aprender y crecer... Debo sonreir aunque me cueste, me fuerce, me duela. Ese es el camino. El mío. Además, me dijo que siempre tendría su mano.
- ¿Su mano? Ven. Toma mis brazos. Yo te abrazo siempre, ¿no lo recuerdas?
- Sí, no dejas que te olvide.
- Ven, vamos a dormir.
- Tenías razón. No puedo ponerte cuernos, Soledad. |
Texto agregado el 13-11-2004, y leído por 364
visitantes. (5 votos)
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Lectores Opinan |
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27-07-2005 |
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la soledad a veces se merece unos cuernos como una plaza de toros, ajaja es mas pesada que la conciencia.. un susurro* susurros |
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23-02-2005 |
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Original relato, quien más y quieen menos ha tenido ese mismo dialogo. Saludos. Monelle |
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16-11-2004 |
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Bienvenida soledad!
Es muy reconfortante dormir en sus brazos y caminar de su mano, pero los "cuernitos", conviene ponérselos a menudo.
Original y muy buen final. marimar |
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14-11-2004 |
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Ella siempre está a veces oculta, por eso hay que aprender a conocerla, disfrutarla, que se sienta bienvenida así no se vuelve contra nosotros. Me gusto Medusa63 |
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13-11-2004 |
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La soledad, nuestra más querida e inseparable compañía. Si no la tuviéramos no seríamos nosotros mismos. Bien conseguido el efecto. azulada |
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