Todo es extremadamente rutinario en esta ciudad: los adultos y los jóvenes con trabajo corren con prisa para no llegar tarde a dónde quiera que esté ese trabajo, los adolescentes y los niños estudian para llegar a trabajar cómo los adultos, y los ancianos se lamentan del tiempo perdido.

Las casas, antes grandes y majestuosas, ahora están destartaladas y descuidadas, de tal manera que al pasar al lado de ellas, sólo puedes lamentarte y llorar. Los árboles que antes había ahora están podridos y no poseen bellas hojas verdes como antes, sino que exhiben sus ramas desnudas al mundo. Los rosales que antes había cerca de aquí, hace tiempo que están secos, hace mucho que nadie ve en este lugar una sola rosa roja pues sólo quedan los oscuros restos de la más joven de ellas, muerta hace ya varios meses.

El parque, dónde los niños jugaban felices vigilados por sus madres, ahora está roto, sin arena, sólo asfalto viejo, como el viejo metal del que estaba hecho el divertido tobogán en el que siempre era divertido deslizarse. Se puede ver, cerca de una papelera, un viejo balón deshinchado cuyos colores, antes llamativos y vivos, han dado paso a una oscura visión de ellos mismos.

En la entrada a la ciudad, hay un centro comercial, cuya destartalada figura recuerda cómo algo grande y poderoso puede volverse velozmente en algo pequeño e insignificante. ¿Y sabes qué hay también? Hay un cartel... ¿Quieres saber lo que pone?

“Bienvenido a mi corazón”