Como termine así esa noche, no recuerdo, solo se que me perdí un poco o bastante quizás pero dejemos las cuantificaciones para alguien mas; en rigor quería cabalgar la noche entera, esas noches de invierno que son atractivamente extensas. Partí revisando la lista telefónica para elegir al acompañante preciso ya que en una jornada así es bueno tener un resguardo en caso de perderse mucho. Luego de dar con el indicado lo prudente era comenzar bebiendo a eso de las 6:30 en lo de rene como para entrar en calor con el alcohol y con la gente, con las mujeres sobre todo, y tramar y payasear y beber cerveza por lo suave y económico.
Luego de conseguir pases para una fiesta en la que regalaban champaña comenzamos el descenso, muy temprano para una noche santiaguina, a eso de las 10:00 y con las panzas rebosantes y la mirada algo estravica, hacia este lugar cerca de un cerro y un cementerio. Llegamos a un sitio similar a un castillo, había música pero no había gente aún solo los que trabajaban en el lugar en su mayoría chicas guapas que no te miraban ni para darte fuego, ellas servían la champaña, de baja denominación que había de entorpecernos, y nosotros la bebíamos a ritmo frenético hablando poco y riéndonos solos, mientras el lugar se llenaba poco a poco.
Luego había caras conocidas y no tanto y comencé a perderme, quería a una mujer fuera cual fuera solo me interesaba que fuera fácil acceder a ella. Como era natural mi juicio tambaleaba y logre acercarme a una chica conocida que me miraba incesantemente y parecía un blanco fácil, dije “hola quieres tomar algo conmigo allá arriba”, ella respondió algo que no entendí y me tomo de la mano y me llevo por las escaleras. Después de tomar anís, ron y más ron bailamos en la pista, ambos tambaleantes entre caras borrosas y música sorda, ella reía y me empujaba tenia los ojos por el suelo y un vaso en la mano; mientras mi colega le levantaba la mina a un tipo.
En un momento ciego ella cayo sobre mi y me arrastro hasta el suelo entre la gente derramando los tragos de alguien mas sobre mi camisa, decidí llevarla afuera y escapar de la humillación para abusar de ella con su consentimiento claro, le pedí las llaves del auto a mi compañero y nos salimos. Ya en la calle ella se caía y no hablaba ni siquiera para rechazarme, la subí al auto y emprendí marcha hasta el cementerio, en el camino ella comenzó a vomitar así que decidí bajarla del auto a las puertas del cementerio y dejarla allí luego de morderle los pezones, como si estuviera muerta. Lugo de regreso al lugar de la fiesta el que vomitaba era yo como asqueado de la situación pero sin remordimientos.
Ya casi amanecía y mi amigo esperaba en la puerta furioso por mi desaparición, nos fuimos a casa; yo no le conté lo que había hecho, al menos no la verdad, solo le dije que me había quedado la sensación que las cosas lindas desaparecen y lo feo queda irremediablemente presente.
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