Sonó el teléfono con un timbre musical, para variar.
Quizás era efecto de la voz del artista que soltaba sus boleros a través de las ondas.
La estancia estaba deliciosamente adornada. Los estertores soleados de una tarde que se iba, sin prisas, saboreaban el suelo, los muebles, la música y aquella chica, tan rara.
- ¿Sí, quién es?
- Hola, ¿Eres Liza?
- Si, soy Liza. ¿Y tú quién eres?
- Ah, eso no importa. Sólo importa que tú seas mi Liza.
- Ah, no, en ese caso, creo que soy otra Liza. Lo siento.
- Creo que sí, que eres mi Liza.
- Vaya, qué conversación más tonta. Espera que quito la música. Creo que te estás poniendo pesadito.
- Ya.
- Oye, estaba escuchando boleros, me encantan los boleros. Con eso te estoy diciendo que espero que no te enrolles.
- Oye, Liza -la voz tembló-
- Sí, dime. Aquella voz empezó a confundirse con las ondas de los boleros.
- Quisiera tomar un cafecito ahí contigo, con esos boleros y que me des un beso, y que me abraces, porque te quiero mucho.
- Ja, sí, hombre; y algo más desea usted, ¿eh?
Liza pensó firmemente en colgar el auricular, haciendo mucho ruido, a ver si le dolía la oreja al interlocutor. Realmente había cada raro por el mundo...
- Bueno, si no te importa, voy a seguir escuchando boleros y bailando con el que los canta, porque está como un tren y me da igual que no sea de carne y hueso. Sigue buscando a tu Liza. Tengo la intuición de que la encontrarás pronto -dijo- mientras se alisaba los ricillos que saltaban como muelles entre sus dedos-
- Tú piensas, que me río de ti, ¿Verdad?
- Pues, si, ya que lo dices, eso pienso, sí.
No, no... y diciendo esto, el teléfono retumbó, cada vez más fuerte. Se destapó el auricular y una cabecita masculina empezó a salir a trompicones por el teléfono mientras Liza no daba crédito a lo que veían sus ojos.
¡Dios Santo! -se pellizcó- no es posible, estoy soñando, je, je, je, claro... eso es, estoy soñando.
El diminuto caballero terminó de salir como pudo. Cuando sacó sus dos pies, se dispuso a tapar el auricular. Todo quedó intacto.
De un salto bajó de la mesita telefónica al suelo y cayó directamente entre los pies de Liza, que amenazaba con caerse de un momento a otro.
Entonces, el extraño empezó a crecer, a ritmo de bolero, y Liza ya entonces se cayó, directamente, en sus brazos.
¡Mi Liza, mi Lizaaaaa...!; le cantaba, a ritmo de bolero, mientras la quería estrechar por la cintura.
Aquello fue demasiado para suceder entre boleros.
La pobre chica cayó entre los cojines, afortunadamente, y no le pasó nada. Sólo un mareo por el impacto de la situación.
Cuando Liza volvió en sí, estaba tumbada en el sofá de flores amarillas, junto a la ventana. El chico seguía allí, mirándola con unos ojos grandes y hermosos, llenos de ternura. Le acariciaba la frente y le ofrecía un café, con gestos, sin hablar.
Ella no podía hablar. Las lágrimas rodaban por todas partes, caían al suelo, en el sofá, en la ropa, aquello era un torrente en miniatura. Entonces le abrazó. No paraba de llorar, le empapó el cuello de lágrimas, mientras él sonreía como un tonto.
Había surgido entre boleros. Por fin estaba allí, con ella.
Algunas tardes los teléfonos suenan diferente, suenan con música de bolero.
Isa - (mayo de 2003) |