Hoy regrese a esa eterna busqueda de farmacias sin receta, como Burroughs en Yonqui, como pidiendo permiso para ser feliz con un papel y una firma mas parecida a gusanitos y caquitas de gusanitos. En fin, recorrí todas las de Miraflores y me miraron como a los drogadictos sesenteros que decían estar mal de los riñones para que les dieran un poco de morfina. No hay duda, las excusas cambian, las farmacias se modernizan y se vuelven cadenas, y los que necesitamos paz absoluta (y negada) seguimos siendo millones.
Pero por suerte existen los recovecos, los rincones paralelos y Tomás me enseño mil y un excusas para ir a la farmacia de la cuadra paralela a nuestro departamento y es una farmacia - dispenser - medio farmabar. Recorrí medio Lima pero decidí llegar allá. La pregunta esta vez no fue "tiene receta?", sino "cuantos blisters quiere". Obviamente las vendió al doble del precio, pero no me importó y salí tan feliz como si hubiera encontrado la última Heineken del barril, el ultimo Sparkies amarillo. Y luego, una a una, (solo tienen 3mg y las Diazepanes 10mg) fui tomandolas como quien deshoja margaritas. No importa si cada pastilla tiene un nombre distinto, no importa si pesa 3, 5, 10 o 20 mg. Ahora lo que importa es encontrar un medico que escriba raro y tenga sello (Azangaro es la salvación) y dejarse de roches con cada farmacéutico que piensa que tengo 17 años cuando carajo tengo 25, ¡tengo 25! que se estan partiendo en 25 a su vez y solo quiero descansar despierta.
La verdad no se donde ella consiguió 50 seconales, pero tal vez solo tuvieron que verle la cara y regalarselas con una dulce melancollía.
martes 9 de noviembre 2004 |