Junto con la abuela nos encontramos una tarde con los ojos sumergidos en recuerdos, cartas, un ramito de violetas- que aún guarda algo de perfume-, algunas fotos sin color, de papel grueso, ésas que logran emocionarte de una manera especial. Durante años no pude comprender sino hasta conocer la historia que encerraban.
Esa tarde no pude más y con la soledad de cómplice pregunté por qué te ponías así al verlas. Después de un largo silencio, con la mirada llena de tiempo, comenzaste a relatarme una historia.
Corrían los primeros años del siglo XX, todo era diferente. El entretenimiento más gratificante no era ninguno de los que estamos acostumbrados ahora, una de las cosas que más me gustaban eran los desfiles, pero uno en particular me marcó. Fué la coronación de EduardoVII, allí tuvimos nuestro primer encuentro. Era apenas un año mayor que yo. A pesar de nuestra corta edad quedamos prendados. Por suerte nuestras familias entablaron una estrecha amistad.
Poner una cacerola a fuego mínimo con una taza de azúcar y agua hasta cubrir completamente...
Así pasaron los años de nuestra infancia feliz, viéndonos tarde por medio, entre juegos, complicidades. Momentos de suave olor a caramelo.
Ya en la adolescencia la amistad de niños cambio, nosotros cambiamos, ese flacucho desgarbado que corría incansablemente por el jardín se convirtió en un hermoso joven de mirada más profunda que la noche, siempre impecable. Recuerdo que buscaba compararte con la figura de algún dios griego del libro de historia.
Ahora al vernos, la garganta se me cierra, el corazón me galopa en el pecho. Cuando nos saludamos, la cara se convierte en braza candente, y todo huele a confituras.
Mientras nuestras madres charlan tejiendo crochet o jugando canasta, nosotros pasábamos las tardes olvidados de todo, sentados es la glorieta cubierta de glicinas y jazmines, a veces sin hablar, otras hablando en voz muy baja, dulcemente, leíamos juntos la historia de HERO y Leandro.
...Cuando el caramelo esté rubio, agregar un poco más de agua hirviendo hasta conseguir un néctar tibio ligeramente dulzón y perfumar con orquideas de vainilla. Mezclar cuidadosamente...
Un día mi madre, luego de tener una larga charla con papá, me pidió que preparara todas las cosas porque nos mudaríamos, yo creí que sería a otro barrio tal vez más cerca al de él. Nunca imaginé que sería del otro lado del mar, lejos...tan lejos.
...Retirar del fuego y dejar entibiar.
No fue a despedirme. Mi mundo se derrumbó entre lágrimas y silenciosos gemidos.
Así pasaron un par de años y nuestra única vía de comunicación eran las cartas, una por semana.
Una tarde volviendo de mis clases de violín encontré en el zagüan de casa un ramito de violestas con una tarjeta que decía:
"El no podía ver, no podía oír,
ni un signo ni un sonido presagiaban temor.
Sus ojos sólo veían la luz del amor.
La única estrella que le gritaba desde arriba.
Su oído sólo oía la canción de HERO.
¡Tus olas ya no dividen más a los amantes!
Luego de leerla y con los ojos llenos de agua de mar, entré y vi a mi padre sentado en el patio hablando con un joven. Era él, mi LEANDRO, no puedo explicar con palabras lo que sentí en aquel momento.
...Por último agregar a la preparación un ben vino blanco seco, revolver hasta integrar perfectamente los aromas, colocar en un recipiente y guardar.
Lo demás, mi querida nieta, ya lo sabes, ahora simplemente aguardo el momento en que nuevamente nos volveremos a encontrar. Sé que estará esperándome como aquel día junto a mi padre con un ramito de violetas en la mano y una poesía.
...Servir en cantidades pequeñas, preferentemente como acompañamiento de algún postre o un momento sumamente especial.
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