Agitados. Así parecen vislumbrarse los tiempos que, en breve, deberán enfrentar las distintas democracias que hoy pueblan América Latina. El reciente triunfo de George Bush en las elecciones norteamericanas permite suponer que la política exterior de la principal potencia mundial mantendrá una postura por demás de conocida: la tendencia al intervencionismo.
Recientemente cobró notoriedad una información apenas mencionada por los principales medios de prensa americanos: EE.UU., desde hace unos años, presiona a las naciones latinas para que éstas permitan la intromisión de sus respectivas fuerzas armadas en asuntos netamente civiles. Y esto no debería asombrarnos. Más aún si sabemos que, actualmente, fuerzas especiales estadounidenses entrenan a cuerpos policiales en América Central y Brasil.
Esto permite introducirnos en una cuestión más compleja aún: el surgimiento, en distintos países del sur, de formas de gobierno sujetas a liderazgos de características populistas, lejos está de transmitir seguridad a quienes hoy ostentan la dirección del Comando Sur norteamericano.
A través de numerosas acciones y maniobras castrenses, coordinadas con distintos ejércitos de Latinoamérica, y modeladas al margen de los sistemas políticos de turno, EE.UU. intenta, con perfecto sigilo, politizar a las Fuerzas Armadas de los países latinos; esto con el fin de inmiscuirlas en procedimientos ajenos a sus habituales esferas de acción. Obviamente, tal actitud no hace más que explicitar la posibilidad siempre latente de futuros golpes de Estado en la región.
Ahora bien. Para justificar esta permanente violación a todo esbozo de soberanía, EE.UU. no ha hecho más que trasladar, a los estados latinos, una agenda sobredimensionada de peligros; típica de una nación que recurre al conflicto permanente como forma de justificar su liderazgo. Así, detrás de flagelos como el narcotráfico, la violencia urbana, los atentados terroristas o el tráfico de personas, se busca convencer, a países que hoy se encuentran sumidos en un período paz, de que la necesidad de un rearme y un cambio en los dispositivos de seguridad resulta verdaderamente inevitable.
Si bien es indiscutible que una reformulación de ciertos cuerpos policiales debe realizarse sin postergaciones, tal cuestión merece acotarse al desempeño de las distintas instituciones civiles creadas para tal fin. Por el contrario, la presión norteamericana se visualiza en la enorme porción de presupuesto que hoy EE.UU. destina con el fin de militarizar a la región. Así, nuevamente se estimula el uso del fusil en detrimento de toda medida que posibilite la estabilización y el crecimiento de los organismos democráticos latinos.
Un caso ejemplar de todo esto puede ubicarse en Colombia; país en el que EE.UU. ampliará, durante el 2005, su presencia militar. Así, de los actuales 400 militares establecidos en suelo colombiano, las fuerzas estadounidenses pasarán, en meses, a sumar unos 800 hombres. El fantasma agitado por los Estados Unidos, esto es, un ensanchamiento en el radio de acción de las poderosas guerrillas FARC, ha devenido en lo que parece el inicio de una nueva carrera armamentista en Sudamérica. Prueba de ello puede señalarse, de inmediato, en la reciente compra, por parte de Venezuela, de 50 cazabombarderos Mig-29 a Rusia, la modernización y aumento de la capacidad operativa de las flotas de guerra colombianas y brasileñas, o la reciente compra de armamento sofisticado por parte de Chile y Perú.
Esta creciente actividad permitiría comprender el por qué de estos militares actuando en situaciones risibles como casos de robo en la vía pública, choques automovilísticos, o peleas a la salida de un partido de fútbol. Una vez más, EE.UU. exporta a América Latina un modelo de problemáticas que no le competen a los países del sur. Y lo hace de una manera claramente hipócrita, dado que en los Estados Unidos el ejército jamás ejerce el papel de policía.
Pese a que en la actualidad ya existen países que tienen a sus Fuerzas Armadas actuando en la calle (Brasil, El Salvador o México, para cuestiones vinculadas al narcotráfico) lo que aquí merece discutirse es mucho más que un ligero caso de pandillas urbanas. En primer lugar, postular una mayor actividad para los militares latinos, infundir temor, permite estimular la demanda de aquellos productos que mayores ganancias le reportan a EE.UU.: el material bélico. Por otra parte, esta postura le concede la posibilidad de alcanzar un objetivo primordial: controlar de cerca; vigilar la evolución de aquellos gobiernos que hoy pugnan por construir una América Latina distinta.
Nadie puede asegurar que en los próximos años viviremos otra oscura década del ’70. Pero tampoco nadie puede confirmar que los países latinos han dejado de ser un tema relevante para los Estados Unidos. Mientras tanto, las nuevas armas se compran y acumulan, las tropas aumentan y especializan sus rutinas de entrenamiento, y las Fuerzas Armadas de los distintos estados (coherentes con sus respectivos antecedentes) vuelven a mirarse, con recelo, unas a otras. Se avecinan tiempos complicados. Pero el punto más importante, lo que no debe perderse de vista, es que la paz y la democracia especialmente, por más críticas que puedan efectuársele, son los mejores sistemas. Al menos para que nuestros países alcancen, por fin, el largo bienestar que tanto se merecen; ésa prosperidad perpetua por la que sus respectivas poblaciones, inclaudicables, no dejan de luchar día a día.
Patricio Eleisegui
El_Galo
|