Cada mañana el camino hacia el colegio era algo rutinario, como su vida en general. Con sus oídos tapados por los audífonos del personal estéreo, el cassette añejo de Depeche Mode: “Violator” y “enjoy the silence” de fondo. En fin, lo de siempre. El viaje a pie hacia el establecimiento se hacía más entretenido mientras oía a un volumen alto a su banda preferida. Pero la cinta estaba “carreteada” y en vez de escucharse bien, se oía de forma entrecortada. Pero no le importaba nada, Aurelia era rara. Hija única, única en su especie, no se identificaba con nada y con nadie. Sus padres le ofrecían una vida tranquila llena de regalos y comodidades, ella prefería lo simple, lo sensible, las experiencias, nada tangible. Es por eso que cada día rechazaba a su padre al ofrecerse llevarla al colegio en automóvil:-“ prefiero caminar y mirar que hay afuera de la burbuja en la que quieres que viva, querido progenitor”- respondía amable y sarcástica a la vez. Su rendimiento escolar era pobre, apenas aprobaba los cursos, pensaba que las experiencias en la vida eran más útiles que lo que enseñaban en la escuela, su circulo social se limitaba a ser solamente su música y ella. Nadie más entraba.
Aquella tarde su mente estaba perturbada, la vuelta a casa se convertía en algo desagradable: responder las funestas preguntas que su madre le hacía cada vez que llegaba de la escuela, comer aquellos desagradables guisos preparados por la sirvienta, los cuales sabían a nada; era peor que estar en la escuela soportando a sus absurdas compañeras, maquillándose y reventando “espinillas” que jamás podrán esconder. Su rumbo cambió, se internó en una calle por la cual nunca había transitado, era sombría y larga, repleta de árboles altos, refrescante. Le agradó caminar por ahí, por lo que siguió y siguió adelante sin mirar hacia atrás. Al oscurecer se dio cuenta de que estaba en un barrio desconocido, hambrienta, cansada y preocupada, las pilas del personal estéreo se estaban agotando; era una situación por la que Aurelia no acostumbraba a pasar. De repente pudo ver delante de sí, una sombra más grande que la suya, delgada y muy cerca. No sintió miedo, se sintió segura, no sabía por que. El tipo se acercó y le habló, le preguntó si estaba perdida. Aurelia no respondió, siguió caminando. La siguió y recién ella sintió desasosiego, se dio vuelta bruscamente y desde un lugar muy escondido de su ser sacó su finita voz: - ¿que quieres de mí?, ¿Dinero, joyas?, Te doy lo que quieras, menos mi Walkman, -le suplicó. El joven, que era casi tan joven como Aurelia, sonrió y le tomó la mano, mientras la chica temblaba ante la presencia desconcertante del hombre. Él le explicó que aquel era un barrio muy peligroso y que si seguía iba a llegar al “tráfico mismo”. Aurelia le comentó que en realidad había caminado por inercia, que ella ni siquiera consumía drogas. “Te invito a fumar”, le sugirió el joven, el cual llevaba por nombre Zulemo, ridículo nombre por lo demás, pero propio. Caminaron hasta una plaza y “zule”, como le pidió que lo llamara, la instruyó en cómo fumar aquel cilíndrico alucinógeno, Aurelia se lo llevó a la boca y tragó una bocanada de humo la que la hizo toser, al terminar sintió los ojos pesados y una sensación de relajo y alegría la que le agradó. Conversaron hasta las doce de la noche y luego la fue a dejar a su casa, quedaron de juntarse al día siguiente. Aurelia se había socializado, pero bajo el efecto de algo extra-corporal. En su casa todos preocupados, pero como siempre, aburridos; no tomó en cuenta. Llevaba semanas viéndose con el tipo, era su único amigo, pero ella no hablaba solo hasta que se sentía “libre y livianita”, como describía su estado.
La droga le produjo adicción y un embarazo, su vida se tornó entretenida y variada para ella, todos los días hacía cosas diferentes, ni siquiera escuchaba su walkman y menos a los “Depeche”, Zule era lo mejor que podría haberle pasado, vivían juntos y fumaban todo el día. Sus padres jamás volvieron a verla, ella transformó su rutina en disfrutar el silencio y la libertad. Su hijo murió al nacer, pero las esperanzas de madurar y hacer las cosas bien llenaron de ilusiones el corazón de ambos seres, perdidos por la vida. “¿Estaremos en el mundo correcto?, Se preguntó Zule, “no sé, pero si con la persona correcta”- respondió Aurelia.
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