El ejército español con asiento en Chile, contando con importantes refuerzos provenientes de Lima, una vez superado el desconcierto inicial y el impacto emotivo que había significado el impresionante cruce de la Cordillera de los Andes protagonizado por las fuerzas patriotas, junto al grave traspié que representó el encuentro en Chacabuco, había conseguido reagruparse, contraatacar, sorprender al adversario y, también, sembrar el pánico entre los habitantes de Santiago, la capital del convulsionado país trasandino. En la vereda opuesta, la sorpresiva derrota sufrida a manos españolas en Cancha Rayada complicó los planes de José de San Martín y de Bernardo O´Higgins, a la sazón al frente de las tropas conjuntas chileno-argentinas. En estas condiciones, un nuevo revés militar pondría en serio riesgo la empresa libertadora.
Por entonces, la situación político-militar en Sudamérica no podía ser más desalentadora. En efecto, buena parte del hemisferio había sido reconquistado por ejércitos leales al rey Fernando VII, cayendo uno tras otro los gobiernos criollos instalados en la región y siendo restituidas las autoridades virreinales que, en determinados casos, desataron una feroz represión como escarmiento a la osadía patriota. Derrotado Bolívar en Nueva Granada y Venezuela, estando incierto el panorama en el Alto Perú y también en la Banda Oriental, sólo las endebles e incipientes “Provincias Unidas del Río de la Plata” se mantenían en pie. Sin embargo, no obstante haber declarado la independencia en 1816, no se sabía por cuanto tiempo más podrían resistir el embate realista, dado que España organizaba por aquellos días una expedición multitudinaria para invadir y someter de modo definitivo a los pueblos rebeldes del Nuevo Continente. En términos geopolíticos, por su parte, el escenario se complicaba dado que Gran Bretaña, Francia y los Estados Unidos, que antes habían apostado activamente a favor de la gesta emancipadora, ahora tomaban prudente distancia para no malquistarse con el Reino de España, empecinado en recuperar los territorios coloniales perdidos.
Inmersas las armas patriotas en tan conflictivo contexto, el 5 de abril de 1818 San Martín habría de comandar, en un llano próximo a la capital chilena, un choque brutal y decisivo con el poderoso ejército español; este enfrentamiento proporcionó una victoria tan importante que reavivó, dotándola de un empuje incontenible, la campaña libertadora en toda América. Por añadidura, en dicha oportunidad, el Gran Capitán y su Estado Mayor (en especial, Gregorio de Las Heras) dictaron cátedra de estrategia militar al aplicar una inteligente modalidad operativa que primero desconcertó y, que luego diezmó al enemigo.
Veamos cómo narra Bartolomé Mitre, de modo magistral, los sucesos de aquel histórico día:
“Finalmente, se hallaron frente a frente los ejércitos beligerantes al sonar las doce del día, separados únicamente por la angosta hondonada que promedia entre los dos cordones de lomas que ocupaban independientes y realistas. Los dos ejércitos permanecieron por algún tiempo inmóviles, en sus respectivas posiciones, como esperando que el adversario tomara la iniciativa. Todas las probabilidades parecían estar contra el que llevase la ofensiva: tenía que atravesar un bajo descubierto sufriendo el fuego de la fusilería y el cañón que lo barría, y trepar las alturas del frente para desalojar de ellas al enemigo. Para los patriotas la desventaja era aún mayor, pues su derecha tenía que desalojar previamente las fuerzas que ocupaban el mamelón [colina con forma de seno femenino] avanzado y recorrer un espacio de 1.000 metros flanqueados por los fuegos de sus cañones. En cuanto a las fuerzas físicas y morales, estaban casi equilibradas, siendo igual la decisión de parte a parte, si bien la de los realistas era numéricamente mayor. Por lo que respecta a las armas, la superioridad de los independientes era incontestable en artillería y caballería, en número y también en calidad.”
“El general en jefe, que había levantado su enseña en el centro de la primera línea, observando la inacción del enemigo, mandó romper el fuego con las 4 piezas de batir servidas por los artilleros argentinos, con el objeto de descubrir los fuegos de artillería enemigos y sus planes. Una de las balas mató al caballo del general en jefe español. En el acto, la artillería española contestó ese fuego con el suyo, manteniendo su formación, y suministró a San Martín el dato que necesitaba. Éste dio audazmente la señal de ataque, mandando levantar en alto la bandera argentina y chilena, y en medio de ellas, la bandera encarnada como una llamarada sangrienta. Su ojo penetrante había descubierto el flanco débil del enemigo, que era su derecha.”
“Las Heras avanzó gallardamente sin disparar un tiro, a la cabeza del número 11 de los Andes, que era el nervio de la infantería del ejército, sostenido por los dos batallones que formaban su brigada, y lanzó al llano los escuadrones de granaderos montados, amenazando la posición del mamelón. La batería de 4 cañones del mamelón rompió el fuego sobre ellos causándole bastante estragos en sus filas, pero siguió avanzando con rapidez, seguido por los Cazadores de Coquimbo y los Infantes de la Patria de Chile, mientras la artillería de Blanco Encalada, que había quedado en posición sobre la loma, apoyaba el ataque lanzando sus proyectiles por encima de las columnas patriotas que marchaban por el terreno bajo. Primo de Rivera, que comprendió que el propósito de Las Heras era aislarlo de su línea de batalla, lanza a su vez su caballería situada entre el mamelón y la lomada triangular. Morgado carga con ímpetu a la cabeza de los Dragones de la Frontera. Las Heras se cierra en masa y espera, dando órdenes a Zapiola que cargue por su derecha con la caballería. Los dos primeros escuadrones de granaderos salen al encuentro sable en mano, y hacen volver caras a los realistas, que reciben en su huida los disparos de la artillería y se ven obligados a refugiarse tras de su anterior posición.”
“San Martín, que se había mantenido en la altura de la Loma Blanca, en observación de los primeros movimientos de su derecha, dictando con sangre fría sus órdenes, adelantó su cuartel general para dirigir de más cerca las operaciones. Dio orden a la reserva que cargase en protección del ala izquierda, por entonces comprometida, dirigiéndose con su escolta al sitio donde iba a decidirse la acción por un último y supremo esfuerzo.El coronel Hilarión de la Quintana descendió la loma, atravesó la hondonada y llegó al ángulo este de la posición enemiga en circunstancias en que las columnas españolas se habían replegado rechazadas por los certeros fuegos de artillería. Aislada la izquierda realista, privada del apoyo de la caballería que la ligaba con su línea de batalla, Las Heras se disponía a arrebatar su posición cuando Primo de Rivera, al mando de la columna española, emprendió su retirada, dejando abandonados 4 cañones. Las columnas independientes, entonces, convergen hacia el centro, persiguiendo activamente al enemigo tomando su retaguardia.”
“Casi simultáneamente, el combate se renovaba con más encarnizamiento por una y otra parte en la extremidad opuesta de la línea. Para despejar el ataque por este lado, San Martín ordena a los Cazadores Montados, comandados por Bueras, y a los Lanceros de Chile, que arrollen la caballería enemiga. Así, llevan una irresistible carga a fondo a los Lanceros del Rey y los Dragones de Concepción que salen a su encuentro, los hacen pedazos y los persiguen largo trecho en desbande hasta dispersarlos completamente. Bueras muere en la carga, atravesado de un balazo. La caballería realista ha desaparecido. El combate final se traba entre la infantería argentino-chilena y la española.”
“Pero los realistas resisten con una tenacidad y bravura sin par; sus divisiones al grito de ¡Viva el Rey! pelean como un león. El batallón Arequipa, a pesar de la paliza, mantenía impávido su posición. Los batallones Infante don Carlos y Concepción, dirigidos personalmente por Ordóñez, se baten con desesperación. En esos momentos, el general en jefe del rey, abandona el campo de batalla y se entrega a la fuga. Ordóñez, el más digno de mandar a los realistas en la victoria y en la derrota, toma la dirección de la formidable infantería española, e intenta desplegar sus masas; pero el terreno le viene estrecho y se envuelve en sus propias maniobras. El N° 7 de los Andes y el N° 1 de Chile cargan a la bayoneta, a los gritos de ¡Viva la libertad! Y la escolta de San Martín carga sobre su flanco derecho. Los realistas forman cuadro, y rechazan las cargas, aunque con grandes pérdidas; circundados, sin caballería que los apoye y exhaustos de fatiga, vacilan y empiezan a cejar. Ordóñez, con sus filas raleadas, emprende con serenidad la retirada hacia la hacienda de Espejo. San Martín, implacable, redobla sus órdenes para que la persecución se haga vigorosamente a fin de impedir toda reacción, y condensa su ejército.”
“La batalla está decidida por los independientes. San Martín, con el laconismo de un general espartano, dicta desde el caballo el primer parte de la batalla, y el cirujano Paroissien lo escribe, con las manos teñidas en la sangre de los heridos, que ha amputado: "Acabamos de ganar completamente la acción. Un pequeño resto huye; nuestra caballería lo persigue hasta concluirlo. La patria es libre". Los enemigos del gran capitán sudamericano han dicho que San Martín estaba borracho al escribir este parte. Un historiador chileno lo ha vengado de este insulto con un enérgico sarcasmo: "¡Imbéciles! ¡estaba borracho de gloria!"”
Como queda dicho, en los llanos de Maipú se libró la primera gran batalla que resultó favorable a las armas independentistas. Ello significó la definitiva liberación de Chile, consolidando, por carácter transitivo, la situación de Argentina, que conseguía resguardar sus flancos norte y occidental. Logrado este trascendente objetivo, se sentaron las bases operacionales para disputar a los españoles el dominio de la costa marítima del Océano Pacífico. Efectivamente, apenas dos años después de este histórico acontecimiento bélico, una expedición conjunta argentino-chilena, de nuevo al mando del general San Martín, desembarcó en Pisco (Perú), iniciando el tramo final de la guerra libertadora, la cual habría de concluir en 1824 con la victoria obtenida por Sucre (patriota venezolano a las órdenes de Bolívar) en Ayacucho. Allí es tomado prisionero don José de La Serna e Hinojosa, el último virrey en funciones, con cuya capitulación se asegura la libertad de toda América del Sur.
Volviendo al decisivo choque militar ocurrido en proximidades del río Maipo y a sólo veinte kilómetros de la ciudad de Santiago, en el momento en el cual las divisiones al mando de Las Heras logran quebrar el frente defensivo enemigo, comienza una implacable persecución de los oficiales y soldados realistas que huyen despavoridos en absoluto desorden. Refugiados en una estancia de la zona, los españoles son acorralados y “cazados” por las enardecidas huestes criollas; de ese modo son asesinados sin miramientos cientos de uniformados indefensos, quizás en represalia por otras crueles matanzas ocurridas con anterioridad que tuvieron a los españoles como ejecutores. El propio capitán Las Heras, una vez asegurado el triunfo militar y obtenida la completa desarticulación de la fuerza oponente, mandó parar la inútil carnicería con la que se ensañaba su tropa, seguramente embriagada por la contundente victoria.
En cuanto a la supuesta borrachera del general San Martín durante el combate, que reporta la crónica de Bartolomé Mitre y que éste atribuye a adversarios maliciosos, es muy probable que haya sido verdadera. Así lo testimonia su lugarteniente y tío político, Hilarión de la Quintana, quien se sorprende del tono de voz adormilado y gangoso que escucha del comandante cuando, promediando el enfrentamiento, lo convoca al cuartel general para darle instrucciones de avanzar con el batallón de reserva de manera de provocar la retirada del ejército rival. En realidad, José de San Martín era adicto al láudano, una mezcla estupefaciente de vino blanco, opio, azafrán y otras sustancias, debilidad que -a nuestro entender- no menoscaba la impresionante trayectoria del Libertador de medio continente.
*******
GRAGEAS HISTORIOGRÁFICAS – Año II N° 9
Elaboradas por Gustavo Ernesto Demarchi, contando con el asesoramiento literario de Graciela Ernesta Krapacher, mientras que la tarea investigativa fue desarrollada en base a la siguiente bibliografía:
· Busaniche, José Luis: "San Martín vivo"; Ed. Nuevo Siglo, Bs.As., 1995.
· Capdevila, Arturo: “Mi general San Martín”; Atlántida, Bs.As., 1959-
· García Hamilton, José Ignacio: "Don José. La vida de San Martín"; Sudamericana, Bs.As.,2000
· Grela, Plácido: “Juan B. Baigorria. Granadero de la libertad”; Ed. Los Arroyos, Rosario, 1978
· Luna, Félix y otros: “Juan Gregorio de Las Heras”; Planeta, Bs.As., 1999.
· Lynch, John: “Las revoluciones hispanoamericanas 1808-1826”; Ariel, Barcelona, 2001.
· Mitre, Bartolomé: "Historia de San Martín y de la independencia americana"(selección) ; CEDAL, 1969
|