A las riendas de un papel que no me permite más que avanzar hacia mi pasado, me compadezco de mi nimiedad, de mi insoportable levedad, de los tequieros que escuché simulando no escuchar a pesar de no haber escuchado muchos de ellos.
No es que considere que me haya equivocado en la vida, pero estoy seguro de que un poco de egoísmo, de valor y de maldad no me hubieran venido mal de vez en cuando...es triste que estos defectos aparezcan cuando no deben y me hayan dado la espalda siempre en los momentos más necesarios. Sin tener en cuenta esto, no se entiende si no como habiéndolo tenido todo, me he perdido en el laberinto de la tristeza olvidando mis tesoros en sus rincones; ¿qué podré mostrarle a la vida cuando salga del laberinto?...suponiendo que alguna vez consiga salir. Decía antes que teniéndolo todo, y no me engaño: fui una persona sensata (como mi conciencia apuntó en una ocasión), fui una persona deseada (como alguna foto aún presume), fui una persona inocente (quizás sea el tesoro que más busco en el laberinto, aunque empiezo a pensar que el terremoto de la edad sepultó el último vestigio de ella, antes incluso de que la perdiera), fui una persona sincera (puede que no lo fuera tanto y que ahora esté demostrando mi absoluta carencia de esta virtud), fui una persona, fui, ...soy, soy una cárcel, soy una cárcel donde mis sentimientos viven en celdas separadas, soy una cárcel donde mis vicios son los carceleros, soy una cárcel donde las mentiras son las rejas y los ladrillos que no me permiten enfrentarme al mundo, soy una cárcel que se levanta sobre la colina del éxito, con influencias barrócas y, que muestra al mundo la mueca que tantas veces ha ensayado frente al espejo, sabiendo que iba a ser confundida con una sonrisa –nunca me atreveré a turbar vuestra felicidad- por muy falsa que sea.
Me he encontrado con mi sentido común en un cruce de caminos, hace tiempo que lo perdí porque yo quise coger un atajo (...que él siempre intentaba ocultar con quebraderos de cabeza, ruegos y ejemplos a no seguir); nadie me explicó, aunque yo tampoco preguntara, que ese atajo no te hacía llegar antes al mismo sitio si no que te aligeraba el equipaje (quien iba a pensar que dejaríamos en el camino cosas que más tarde necesitaríamos). Por eso, cuando mi sentido común me sentó en un cómodo sillón del bosque de los taciturnos y me obligó a hacer inventario, descubrí que no sólo había consumido la batería que alimenta la linterna que usaba para distorsionar la realidad en sueño; también había consumido un tiempo precioso esperando que el futuro llegara, sin darme cuenta de que el futuro es todo aquello de lo que todavía no podemos compadecernos.