Un frío aire se infiltra en las paredes de mi cuarto hoy también; sólo los gatos parecen no notarlo. Rastros de invierno en toda mi cara que se contuerce al pensar en su rostro todavía joven. Es raro ver que ya soy vieja, que mi vida se me deslizó como un suspiro perdido. Los sueños atados a mi alma se desvanecieron sin mucha fuerza, sin lucha, efímeramente. Creo que me quedé atascada en recuerdos de amor.

Con eterna pasividad, el amor consume como las flamas del hado. Los románticos suspiran, esperando la dichosa aparición de la promesa del amado. La ilusión inunda las ciudades; se ve a través de los ojos de las jovencitas en pequeñas faldas. Nacen los niños, aquellos que son producto de una sola noche. Pero hace frío; trato de esconder mis manos entre mis piernas para dejar de sentir. Quizás es porque es invierno y mi mundo, lejos de ser blanco, se pinta en gris.

Alguna vez mi piel brilló vivaz, apenas como el retoño de una inexperta flor. Con mi pelo atado en una cola de caballo, con un moño rojo alrededor, con calcetas blancas y vestidos amarillos, salía a dar paseos por el parque.

Aquella muchachita de mejillas sonrosadas murió el día en que él se fue.

Tengo fotos que, como en un cementerio de recuerdos, me reiteran que no estoy loca; que realmente sucedió. Hay días en que despierto como una página en blanco, por un sólo segundo, y mi pasado no existe. Es un instante en el que vuelvo a sonreír puramente, sin pesares, sin remordimientos. Después me encierro y siento el invierno. Su fantasma me da suaves caricias que se marchan con el viento; por la ventana me saluda un sol que no calienta. En mi corazón, quedan pequeñas pisadas que no se borran, que viven día a día aquello que yo no pude.

Le di mi vida entera y él no se acordó. No me duele. Cada año, tan sólo espero a que llegue la primavera… primavera, sé que estaré bien.