Verano del 2000. La enfermedad logró dominarme. El deseo fue más que la razón.

Yo vivía en Corcova. Ciudad costera de mi país, al cual añoro demasiado. En esa ciudad vivía también la chica más linda que un hombre puede soñar. No era ni blanca ni morena, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca; simplemente era bella.
Cada vez que se iba a estudiar la seguía sólo para contemplarla. Tatuando en mi memoria cada uno de sus pasos, y es que sólo eso me llenaba el alma y daba valor a mis días.
Lo malo era que ella tenía enamorado. Viviendo una utopía; pues otro y no yo, podía besarla, acariciarla, dicirle lo mucho que la quería y todo lo que podía hacer por ella.

Conversando una noche con uno de mis amigos, me contó que ella también le gustaba, y enormes fueron mis celos que sólo después de verlo retorcerse en el suelo de dolor lo deje de golpear. Pero mi amor se desbordaba, así que con el suficiente valor me acerque un día a ella. ''Hola. Amiga. ¿Cómo te llamas?'' le dije. Luego con su voz que erizo cada vello de mi cuerpo, respondió: ''Nella''. Viendo en su mirada algo que antes no había notado; estaba triste.

Pasaron unos minutos. Ella ya sabía mi nombre y el hielo de la desconfianza se había roto. Entonces me contó que su tristeza se debía a que había terminado con su enamorado. Él la había engañado. ''Parece como si el destino me este dando una oportunidad'', pensé. Entonces le conté que a mí también me habían traicionado, tratando de darle a entender que no sólo a las mujeres les pasa lo peor. Luego, en tono de confesión, le dije que una chica de por ahí me gustaba. ''¿Quién es?'' preguntó . Y yo, salí corriendo; y corrí y corrí y nunca más volví a verla.