La puerta abierta me invitó a pasar adelante, el taller del pintor era justo como cualquiera lo podría imaginar, lienzos por aquí y por allá, pinceles, manchas de todos colores en las paredes, en el suelo, en la mesa.
Me entretuve viendo un cuadro a medio pintar montado sobre el caballete, parecía que era algo como... No sé, no logre entender.
El saludo cordial del pintor me asustó y me regresó a la realidad.
Después de la presentación y las formalidades usuales, pasé a contarle que estaba en busca de un regalo, algo lleno de imaginación para una muchacha joven con la que quería quedar bien.
-Sí, sí, lo que piensan, sí. Es una muchachita mucho más joven que yo, como unos 20 añitos menos. ¿Y que? A mi no me tienen por que juzgar ustedes ¿O es que acaso no tienen nada que esconder por ahí, eh?-
Pero bien, volviendo al asunto, el pintor, un maestro, me enseñó varias obras que por cierto me gustaron todas. Yo no sabía por cual decidirme y en un momento dado mi vista cayó en un lienzo medio oculto atrás de unas cajas. ¿Y ese? Le pregunte ¿Me lo puede mostrar?
-Ese...ese no esta terminado. Es una obra que no he querido finalizar. Vera usted, inicialmente era una obra que encargó un juez, debía representar la justicia ¿sabe?
Una mujer con la balanza y los ojos vendados, el juez fue destituido y ya no volvió por aquí, entonces cambié un poco la imagen, pasó de ser la figura de una mujer de pie a la de una acostada. Ya estando en eso me dispuse a darle unos detalles adicionales que poco a poco me fueron haciendo que abandonase la obra. Pero no se deje llevar por mis palabras, vea usted mismo.
El pintor sacó el lienzo y lo apoyó en una pared, la mujer de la imagen no era bonita, no. Era mas bien una especie de cadáver de sexo indefinido. La piel cubierta con un tinte verdoso, el cuerpo cubierto de llagas de las que brotaban gusanos que se transformaban gradualmente en personajes fácilmente reconocibles; ministros, artistas, deportistas, presidentes, todos lamiendo la verdosa y descompuesta piel de ese extraño ser que se apoyaba en unas bolsas de polvo blanco, billetes y monedas.
Veo que le impresiona, dijo el pintor, permítame explicarle.
Como le dije anteriormente, prosiguió el pintor, la mujer representa la justicia, o al menos eso intenta. Está acostada por eso mismo, porque la justicia me parece que desde hace algún tiempo está durmiendo y no despierta. El color verdoso de la piel tuvo varios matices, la intención era representar la dominación del dinero sobre la verdad. La intención permaneció, pero el color, verde inicialmente, lo cambié varias veces, no sabía si darle un matiz parecido al del dólar, o al del euro o al del peso, o del yen, ya sabe. También pensé en mancharlo todo de negro por aquello del petróleo. Pero ya ve, quedó ese verde asqueroso que dice lo que realmente siento. Las llagas quisieron ser una por cada cosa que me pareció injusta al ver las noticias, tuve que desistir rápidamente porque cubrí el cuerpo en menos de una semana. Bien, de los personajes prefiero no hacer comentario, no lo conozco a usted y podría estar relacionado con alguno de ellos, así que mejor dejo la boca cerrada para otra ocasión, me parece suficiente decirle que, según mi opinión, todos ellos se alimentan de un modo u otro de ese cuerpo que a la vez descansa en el dinero y los placeres.
Esto es terrible, le dije al pintor, me hace sentir escalofríos ante la realidad que muestra y hace usted bien en callar, porque soy juez ¿Sabe? Sí señor, pero no se preocupe no me ha molestado en lo absoluto. Es más le quiero comprar este magnífico cuadro.
El pintor, como buen artista necesitado de dinero, sonrió y me entrego la obra con gran alegría.
Yo marche rumbo a mi casa, desempaque el cuadro, lo saque al patio trasero y sin pensarlo dos veces le prendí fuego.
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