LUNA ROJA
A Chía (quien puso el punto final)
Es una noche de eclipse. Hoy no vistes tu usual sonrisa plateada. Hoy te has adornado con el ardiente elixir que produce el fuego de mis adentros. Todos los cuerpos celestes te rodean en el marco de una compleja armonía. Habitas en el umbral de la perfección, donde tantas veces subes y te posas en el centro del plano de las eternas devociones, y otras tantas bajas y te arrastras por el suelo, lugar donde se arraigan todos mis deseos. Eso eres, Luna. Y hoy presumes del color que te visita. Y sin embargo, te dignas a descifrar mis pretensiones. Arriba, muy arriba; entre los soles y sistemas te alaba el universo. Te exalta, te vigila. Te crea el sueño más sublime. Y aún así, lo sufres, y lo deterioras con tus lágrimas. Te entrelazas al abismo que tejes en mi cuerpo.
Es una noche de eclipse, y como fiel súbdito me limito a contemplarte. Parto yo, de ese vacío que separa nuestros cuerpos. Esa discontinuidad a la que estamos permanentemente sometidos. Y mi vida doy por tu celestial potencia, y tu vida das por mi terrenal ausencia. Nos sumergimos en un sueño rodeado por espinas… Es una monumental estructura construida por signos y significantes que penetran nuestra carne.
Vives en el cielo y al cielo perteneces. Y me amas y me tocas. Fisuras tu propio devenir y modificas la realidad con palabras, simplemente como un pretexto para poder verme. Y lo haces. Desciendes hacia la mortalidad y mueres, junto a mí, los dos, en la continuidad que nos fusiona. Y vives y vuelves a la divinidad. Te conviertes de nuevo en poema. Y en la afabilidad de las alturas te alías con el miedo. Él mismo te aconseja, te eclipsa como lo ha hecho en esta noche. Te viste de rojo, te desangra. Mas temes no escucharlo.
Le temes a la ruptura de todos tus preceptos. Temes dejar de ser una criatura celestial para convertirte en territorio. Temes traicionar tus propios estamentos. Temes descubrir tu ansiada libertad.
Yo pequeño, muy pequeño; con raíces en la tierra me limito a escucharte. Lloro mi amargura en el silencio. Tus palabras me atraviesan. Tus miedos descansan en mi espalda. ¡Y pesan, pesan mucho! Me ahogan, me contagian. Me hacen considerar la vida como una opción de muerte. Arrepentimiento no conozco. La muerte es sólo una falsa escapatoria al lado de todas tus delicias. Vida Eterna es pues, detenerme a admirarte, en silencio, como un verdadero amante que un universo deconstruye en sus vacíos.
©2005 David Escandón V.
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