Me fijé en ella la primera tarde que la vi pasar. Interpretaba a una exigente profesora. En la misma calle, en el cuarto de la misma hora, disfruté al redescubrirla. Un lunes en el mundo de madre, el miércoles hija, en las vísperas del fin de semana ahora profesora en tres coches alumna. "¡Mariona, por favor! –se reñía-. ¡Estamos en clase! ¡Presta atención y calla! Chicos, tenemos que amasar los panellets... Dejamos para el final las castañas. ¡Mariona, venga...venga!" Mariona, cuarenta y tantos permanentada, miope cóncava de gafas orgánicas, avanzaba encorvada en sus patosos andares. Regresaba en voz alta a casa ajena a los transeúntes que la observaban. En mi tramo de calle desoí una risa furtiva y pensé: "¡Qué se rían, Mariona! Me alegro por ti... en tu mundo eres feliz".