Imposiblemente pensado, siempre estuvo ahí, al saber de todos a la vista de nadie.
A pesar de eso, lo compartían, nadie lo nombraba, pero él seguía allí impoluto, sabiéndose importante, casi diría superior.
Él se paseaba entre miradas esquivas, escondedoras que trataban de no verlo, de no prestarle interés, de no alimentarlo. pero jugando con su supremacía, él se hacía presente una y otra vez, poniéndolos nerviosos, incómodos.
Socarronamente un día vino a mi, me susurró algo al oído y fué entónces cuando despertó mi curiosidad de saber de él.
Cada vez que preguntaba o comentaba algo referente a su existencia todos hacían de cuenta que no comprendían, me hacían ver que era ilógico preguntar por algo que no existía. Escuche durante años ¿Estás loco? ¿De qué hablás?
Pero él seguía taladrándome el cerebro con sus susurros, sus intrigas, una y otra vez, carcomiéndome por dentro con la siembra de sus dudas mientras él cosechaba de mí el placer que le provocaba mi martirio, esa angustia de no saber. Y si hay algo que el ser humano no puede soportar es eso: NO SABER.
Así uno a uno continuaban mis días, con él de compañero, de sombra, verdugo de mis horas.
Muchas veces pensé en qué era lo que le causaba más placer, si la locura que producía en mí o el hecho de no sentirse importante.
Lleguó un momento que hasta empecé a hablarle, a veces discutíamos, pedí mi libertad, pero con esa soberbía propia de él, se reía y sin contestarme, yo sabía la respuesta.
El tiempo pasó y su virus desdibujó mi risa, consumió mi espíritu, socavó mis fuerzas.
Él me abandono, ya no poseo nada que le interese, siguió su camino en busca de un nuevo amigo. Y yo aquí, con la única compáñía de "no saber" y mi locura. |