Entre ella y yo se inició un diálogo sin palabras en el que yo llevaba las de perder, y ella parecía saberlo.
Es demasiado inteligente para mí -pensé para mis adentros- pero toda mujer tiene un punto débil y si mi experiencia no me engaña, el suyo es el sexo y no me mira con indiferencia.
Me abalancé hacia el sillón de enfrente, donde ella se encontraba, y la abracé. Sus ojos azules denotaron sorpresa acompañada de un secreto placer que no pudo disimular, entonces supe que estaba en lo cierto, y continué con lo que había empezado...
Al acabar, ella se encontraba exhausta (era una ninfómana venida a menos) y yo apenas había podido comenzar, esto me irritó y no tuve más remedio que estrangularla con mi corbata italiana de seda. Después me fuí en busca de nuevas emociones.

junio de 1986