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A veces, parece tan frágil el estado natural de los elementos, cambia sin ni siquiera darnos cuenta, tan voluble, el témpano de hielo que se desprendió de un iceberg y tras haber recorrido todo el atlántico como una corriente marina, cae sobre el Amazonas como un gran aguacero. Y a veces, de nuestros cuerpos sólidos, surgen nubes en forma de proyectos que terminan haciendo huella en el mundo físico, y así de una forma o otra, todo sigue en ese perezoso movimiento que es la existencia, obra de un autor anónimo.
Mientras las nubes abrían paso a un nuevo amanecer, la vida se concentraba en un punto, y abrir los ojos de un espasmo a las siete en punto, con el sonido del despertador.
Héctor Rosales se despertó de un sobresalto y apagó la alarma de su reloj suavemente, se levantó, hizo la cama y se dirigió a su cuarto de baño a ducharse. Cuando estuvo acicalado, perfectamente afeitado, y con el nudo de la corbata bien hecho, se preparó un café, que bebió mientras leía el diario de hoy, que le dejaban cada mañana en su puerta. Salió con paso firme hacia la parada del autobús, tenía un BMV aparcado en su plaza de garaje, pero por las mañanas no era conveniente usar el coche, el tráfico era poco fluido, en las ciudades hay demasiada contaminación, y entre todos debemos colaborar. Llegó al trabajo a las ocho menos cinco minutos, y diez segundos, saludo a sus compañeros, y se dirigió al despacho de su jefe con una caja de puros envuelta en un elegante y discreto papel de regalo, y una felicitación por su cumpleaños, sin mencionar la edad por supuesto, no se fuera a ofender. Después de esto se sentó su mesa de funcionario, encendió el ordenador y comenzó a trabajar. Cuando el reloj de la oficina marcó las once, Héctor fue al bar de enfrente a desayunar con sus compañeros, tomó otro café, esta vez descafeinado, y una tostada con aceite. Subió a las once y veinte para ir al cuarto de baño y lavarse los dientes con el cepillo que traía de casa. A las tres, recogió todo y salió hacia casa de los padres de su prometida, a comer como todos los miércoles. Diana estaba muy bella, le dio un beso en la mejilla y se sentó a la mesa tras haber saludado a sus suegros y haberse lavado las manos. Después de la tertulia de la sobremesa, se fue a casa y durmió la siesta. Cuando despertó llamó su madre para ver cómo se encontraba, colgó y se pusó a leer, dedicó el resto de la tarde a poner en orden su casa y sus papeles, hizo la cena, alquiló una película de Clin Easwood y se fue a la cama a las diez y media. Ya en la oscuridad, se debatía en el dilema de merendar con Diana y hacer footting después o hacer fotting y después merendar con Diana, y después pasarme la noche fumando canutos y bebiendo cerveza con mis colegas. ¿Cómo, qué haces tú hablando? ¿Cómo qué que hago hablando?, tengo boca y hablo?. No, cállate, tú no hablas si yo no quiero, eres un producto de mi imaginación. ¿Producto de tu imaginación?, ¿Qué clase de soplapollas te crees que soy yo?, que si la ropita, el currelo de funcionario, la novia estrecha, los regalitos al jefe, llamaditas a mama, y no te creas que no he visto esa noche en la ópera con la estrecha y las tardecitas en el gimnasio que te estás inventando, ¿ahora qué voy a hacer? ¿aeróbic?. Y Héctor se durmió sopesando sus dilemas. “Y Héctor se durmió sopesando en sus dilemas”, ¡oh! ¡qué bonito!, en vez de Rosales me debías de haber apedillado Brady, ¡cómo le metes tía!. Héctor, calla y duerme. Bueno, porque estoy cansao, mañana te vas a cagar como no cambies el rollo tía.
Y como los demás días laborables, la alarma del reloj avisó a Héctor de que ya era la hora de ir a trabajar. ¡Me cago en la virgen!, ¡Quién coño a encendío el puto despertador!, ¿Pero tía tu estás loca, o qué?. Héctor, arriba, y al trabajar que el trabajo es salud. Pues que trabajen los enfermos colega, mira son las siete de la mañana y no me sale los huevos levantarme, paso de ti, déjame sobar tranquilo.
Son las doce de la mañana, ¿a decidido ya nuestro intrépido Héctor levantarse y saludar el día?. No te piques compi que ya voy. Hay que ver lo grande que es la bañera, voy a hacerme un porro mientras se llena. No te atreverás Héctor, aquí no. Pero vamos a ver tía, no estoy en mi casa, ¿dónde coño estará el puto mechero?. Llegas tarde al trabajo. Me suda la polla. Pero por dios, date prisa, ve a salvar a un gatito o algo, ¿con qué excusa piensas presentarte en la oficina?. ¿Pero tú la flipas, no?, pa empezar, los gatos tiene siete vidas así que no hace falta que los vaya salvando, y una pregunta ¿quién carajo te ha dicho que yo pienso ir a trabajar?. Héctor, estás tirando el tabaco el tabaco al suelo. Bueno, más abajo no va a caer. Ve ahora mismo a por la escoba y recógelo. Tranqui colegi, me voy a meter en la bañera. Héctor creo que deberías reflexionar sobre los que estás haciendo. ¡Héctor! ¡¿qué estas haciendo?!. Por dios, en la bañera, y fumando droga. Ya que me has puesto una novia tan estrecha, aunque, tú crees qué si la llamo y le digo que venga… Ni lo pienses, déjate, que bastantes disgustos me has dado ya hoy. ¡Y apaga eso qué lo estás llenando todo de humo!. Kiya, vete al pijo. ¡Qué desgracia! ¡Por qué me tenía qué pasar esto a mí!, yo estaba haciendo de ti un hombre de provecho. Y un soplapollas, bueno, no pasa nada, siempre podrás hacer otro, pero si en el fondo a ti también te gusta el vicio. Anda dale una calaita. ¿Yo?. Si, tú. Vale. ¿Qué te parece?. No esta mal oye. Claro que no, además si tu lo has dicho antes, todo va a cambiando, así es la vida, va cambiando de estado, lo que antes eran sólo tus pensamientos, sólo tuyos, al llevarlos al papel, han tomado cierta independencia. A veces, la imaginación sórdida se vuelve viscosa.

Texto agregado el 09-11-2004, y leído por 259 visitantes. (0 votos)


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