Era viernes, ya había cerrado el taller de sueños donde trabajo, y tenía por delante toda esa tarde y los dos días siguientes libres para hacer lo que quisiera. Así que, como siempre, fui a dejar la mochila a mi nube; como siempre, me quité el mono de faena y alegremente me puse lo primero que pillé de mi pequeño armario; y, como siempre, rápidamente salí, con una sonrisa en la cara, hacia la taberna del 13 Rue del Percebe, a ver a los coleguitas, como siempre.
Saludé a Zipi, saludé a Zape, a Rompetechos, a Pepe Gotera y a Otilio, a mi buen amigo Carpanta. Estaba Mortadelo, Filemón no había llegado. Bus Bunny estaba en la barra, y el pato Lucas de camarero.
Casi no me di cuenta entre el bullicio de que mi compañero el Coyote estaba al fondo, en la última mesa, más atrás del final de la barra, con una botella vacía a su derecha, llorando cabizbajo.
Me quedé de piedra, este intrépido muchacho, la imagen personificada de la esperanza, mi referencia en los momentos en los que crees que nada puedes hacer, la constancia con piernas, la fe.
Sin recuperarme de la impresión me acerqué a él, movida por la curiosidad y el deseo de saber qué podía hacer para ayudarlo. Saber… supe, y vaya si supe. Escribo esto por la sorpresa que me provocó el saber el porqué de su angustia.
Como todos sabéis, espero, el Coyote había dedicado, desde que a mí me alcanza la memoria, a perseguir al Correcaminos. Era esa la razón de su existencia, siempre se le veía con sus planos en el bar, con su lápiz en la orejita, abstraído en sus maquiavélicas trampas, fabricando bombas…. Pero, al parecer, todos sus esfuerzos habían sido recompensados; ayer, por fin, cogió al Correcaminos. Tenía su pie agarrado con la mano izquierda, me contaba entre sollozos, cuando de repente, en ese mar de alegría que lo
inundaba, pensó, por fin te atrape… Pero, ¿por qué te perseguía?. No era capaz de recordarlo, así que, asombrado de sí mismo, lo dejó libre.
La razón de su vida hundida en el olvido, envenenada por la obcecación, ¿razón?, la verdad resultó ser que de razón tenía poco.
Nunca más volvió a ser como era, nunca lo volví a mirar con ojos de admiración, incluso me di cuenta del error que cometía al hacerlo. Él aún no se ha recuperado, tal vez es pronto. Yo desde entonces intento buscar a toda costa el por qué de mis actos, no caer en el fanatismo, en lo incoherente, en lo absurdo.
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