LA LOCURA TODO
Tal vez para vosotros, los humanos, la vida transcurra de forma lineal, permanente e ininterrumpida, como el agua que brota del manantial, gota a gota, va cayendo montaña abajo para llegar a la laguna, que va creciendo al mismo ritmo; no es así el curso de un duende, pues su vida, no es comparable a un estanque, es sino el mar lo que encarnan, con su marea alta, y su marea baja, a veces plácido, dócil y manejable, otras atormentado, peligroso e iracundo.
Y puede que por eso el duende de la nube, recogía sus cosas y las metía en su mochila. Qué podía hacer sino emigrar, por qué razón se preguntaban algunos, pues la más simple y a la vez la más complicada respuesta intentaban comprender: porque sí. Seguía por su senda que no iba a ningún lado, dominado por el espíritu nómada por el que tan apasionadamente se dejaba poseer. Miraba a través de la ventana del castillo de arena que había ocupado, miraba las nubes, miraba a su autentico amor, su nube viajera, con la que volaba sobre el mundo imaginario, a la velocidad del pensamiento, hacia su única meta, la nada. Pronto volvería a subir a ellas, y esta vez esperaba no regresar al castillo, su deseo era mudarse; ahora, recostado en su hamaca, pensaba donde iba a dormir esta noche, pero sus ideas se difuminaban en el ambiente, de repente recordó fugazmente haber hecho la maleta antes, y lo hundió de nuevo en el pozo del olvido por ahora, sus pensamiento seguían desmenuzándose, fundiéndose con la música del fondo de su cabeza, y gritó desde lo más hondo de su pecho: ¡Temazo de la muerte de los Pink Floyd!. Balanceaba su cabecita al son de la melodía, se acarició la cara con la mano, su piel, tenía el resto del aroma de otra piel que antes había tocado, e imagino de esa piel hecho un caramelo, para que se deshiciese lentamente en su boca.
Se posó en el alfeizar de su ventana, su gran amigo el colibrí. Lo miró, enfadado, ¡oh, ese duende que ya no formula inquietantes preguntas a las cuales no deja escapar!; puede que haya llegado el tiempo de las respuestas, respondió en tono chulesco el duende; ¿acaso nunca más me inundarás de alegría con tu locura?; nunca digas nunca jamás, ¿por qué te escondes y no acudes ya a mí?, no quieras irritarme pajarito, ¿sabes?, yo de aquí nunca me moví, y mi senda no está marcada, ni siquiera la tuya, así que no esperes en mí, lo que no veas en ti, aún así yo no ignoro una petición, pero no tengo límite de tiempo. Yo no te obligué a ser pájaro, lo fuiste porque quisiste, y puedes cambiar si quieres y puedes, así yo soy duende por libre albedrío, y río en éxtasis como tal, berreo como tal, ardo en la pasión y me consumo en la pena, si los pájaros no hacéis eso benditos seáis, pero yo no formo parte de vuestras filas, así que no me midas como si fuese como tú. No seas orgulloso duende, relataba el colibrí, tu también te arañas la cara de vergüenza aunque seas el estandarte del libertinaje, y escondes tus penas, quieres taparte en tu máscara de locura. Colibrí, no me oculto tras ella, me da la vida, y si he pecado de orgullo me disculpo pajarito, y te digo que aunque parezca nunca olvido, y menos de los amigos como tú, pues yo, tal vez sea orgulloso porque jamás he sido el orgullo de nadie, y soy el pecado de los que están a mi alrededor, y el verdugo de los que en mi mirada se reflejan, y mi locura y mis nubes, son lo que me alimentan. Mas me gustaría confesarte, algo no dicho antes, no sé si te enteraste de la noticia, Mowgly, el niño perdido, por fin ha aparecido, veinte años más tarde, debajo de una montaña de escombros, y conozco el bosque, pero no la jungla y querría verla, quiero jugar con el niño perdido, es divertido. Y no quisiera en ningún día, desconcertarte a ti, mi amigo, siempre estás en mi mochila, ahora es el tiempo de jugar con Mowgly, pero eso no significa que te abandone, ni siquiera que yo cambie para ti. Seguiré siendo tu chofer y te llevaré en nube a donde quieras, no descuidaré aquel tanque de cuatro puertas y rayas de colores que me regalaste. Y tú, siempre que huelas el humo espeso, te acordaras de mi, siempre que mires las nubes. Ahora naveguemos en la niebla de la pipa del sosiego.
Al marchar, el colibrí tendió a su amigo en la hamaca y lo tapó con una manta, dejando abierta la ventana, para que entrase el aire. Cuando la humareda se hubo disipado, el duende abrió lo ojos y se levantó de un salto. Tenía hambre, mucha hambre, no recordaba lo que estaba haciendo, y menos lo que iba a hacer, aunque si que había estado con el colibrí, y después de comer, sintió ganas de ver a Mowgly.
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