Tomo la manteca con las manos, con las dos, y la deshago encantándola en azúcar, descubriendo, al mismo tiempo, perfume y textura y disfrutando del preludio hasta que se hace crema.
Añado entonces una yema y un huevo, para que resbalen inundando la mezcla. Luego harina y unas gotitas de esencia de vainilla, y el reposo esperado, mientras el fuego quema.
A esta hora se despiertan los sentidos y el deseo esta alerta.
Bato sobre la hornalla leche, azúcar, harina y, nuevamente, yemas, para que el aroma dulzón desparrame su desquicio por toda la casa.
Pensando en mi cuerpo entre tus manos corto las frutillas. Una para mis pezones anhelantes, otra para los misterios de esta bahía, una para mis labios que son tuyos, otra para tus profundidades que siento todas mías.
Apurando el final las desparramo sin prejuicios sobre la crema suave, mientras dejo crujir la masa entre mis dedos.
Desnudos, sé que comeremos desnudos, como amantes y en el suelo.
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