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La noche vuelve con una brisa fría. Aunque no pierde belleza; solo es un poco más melancólica. Además, ya había entrado en cierta profundidad. El cielo se derrumbaba al no poder soportar tantas estrellas. Y el mar, sonreía mostrando su fulgor.
Hay alguien sentado en la arena. Tratando de calentarse los pies con ella. Salían gotas de sus ojos y rodaban por su cara. Hacía ecos con una Tatay de seis cuerdas. Tríadas y acordes. Y, mientras más bellas eran las tonadas, más gotas caían y mojaban la arena, más frío sentía en sus pies y en el resto del cuerpo.
La yema de cada uno de sus dedos tenía un sinnúmero de cayos encarnados, pero, como los pequeños pelitos de su piel estaban erizados, no sentía dolores en las manos. Su dolor era más grande.
Sus cejas arquearon en el mismo instante que su alma empezó a salirle por la boca. No producía ningún tipo de palabra. Solo dejaba que su mente volara. Y su canto, divagaba como un lamento por toda la playa.
Poco a poco iba subiendo la cabeza. Buscando perderse en el cielo. Dejó de tocar tratando de encontrar consuelo. Y acabó acostado, lleno de lágrimas, y con frío.
Algunas veces apretaba la arena con sus manos desnudas. O se movía rápidamente, como si la arena lo arrastrara hacia el centro de la tierra.
Se contuvo. Había divisado una estrella fugaz que se esparció de cielo a cielo. Sonrió
Sus labios se hundían en los de ella. Lenta y suavemente. Ambos jugueteaban con sus lenguas y se reían juntos. Se acariciaban para mantenerse calientes. Los ojos de uno, eran secuestrados por los del otro.
Nada más importaba. Solo mantenerse conectados, admirándose y degustándose. Irse a la deriva y tratar de no regresar.
El ritmo de su respiración empezaba a descender. Sintió como su corazón empujaba lentamente los chorros de sangre. Los cabellos de ella se sentían como el aire.
Abrió los ojos para asegurarse de que ella estaba ahí. Ella le sonrió, congelando su rostro, congelando el tiempo.
Una brisa terminó de llevarse lo que quedaba de su esencia.
Con temor abrazaba su guitarra. Mirando de frente el clavijero lleno de arena y polvo. Al mar le invocaba kilos y kilos de voluntad. Su cara pegajosa había estado marchita por mucho tiempo. Ahora si le dolían los cayos de sus dedos. Ahora si le picaba la ardiente arena. Ardiente como el hielo seco.
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Texto agregado el 07-11-2004, y leído por 130
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Lectores Opinan |
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22-11-2004 |
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Entre tanta letra que quiere desprenderse para volar (así como la voz del protagonista) he encontrado una imágen que me encanta:"alguien" tratando de calentarse los pies con la arena... Sigo pensando por qué me llamó tanto la atención...¿será que me es tan familiar la sensación?. Debieras ponerle título. Vale que lo hagas. Lo vale. Un beso. Oliveria |
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