Era una noche... “Oscura” (si es que hay alguna noche luminosa) y tranquila... Muy tranquila; nada perturbaba la paz que reinaba en la ciudad.
Aquel día, tras jugar un partido de volleyball y haberse pateado media localidad a pie (como era costumbre), Harry acabó tan cansado, que nada más tumbarse se quedó profundamente dormido... Hasta que, como era costumbre últimamente, se despertó de un sobresalto, sudando y nervioso... Muy nervioso; no pudo volver a conciliar el sueño aquella noche.
Tras varios días cómo aquel, cómo tantos otros antes que ese, alguien decidió ayudarle... De una manera un tanto especial. Nadie recuerda su forma, nadie recuerda su nombre, y nadie recuerda su voz, pero ese alguien le ayudó con un consejo: Todas las noches antes de dormir, debía escribir un cuento o una poesía, que saliera de lo más profundo de su alma, meterla en un sobre y guardarla.
Y así lo hizo.
La primera noche, Harry aún se levantaba inquieto a medianoche, pero no desistió en su intento.
La segunda noche, Harry volvió a levantarse, pero insistió aún más.
La tercera noche, antes de dormir, Harry escribió un cuento, dedicada a la persona a la que amaba... Y esa noche habló con ella en sueños. Nadie sabe cómo lo hizo, pero se podían ver, tocar, abrazar, acariciar, besar...
Pero, dicen, que el que le ayudó tenía unas alas negras que brotaban de su espalda...
-¡Bah! Sólo son habladurías -dice siempre Harry, aunque siempre deseó que fuera así. |