Reflexión Nº5 o de la muerte
La muerte… Ella está siempre al acecho, a la espera de nuevas víctimas. Su túnica negra contrasta con el blanco manto de los ángeles, quienes escapan al advertir su presencia. Las palomas de las plazas se revolucionan y vuelan en bullicioso desparramo hacia el cielo, como queriendo acercarse a los guardianes celestiales. Las hormigas se entierran raudamente en sus hormigueros con el más mínimo indicio de esa figura tan nefasta. Sin embargo, el hombre no reacciona hasta el oscuro final, hasta ese último soplo de vida del cual se dice que uno mira a la propia muerte a los ojos. El hombre confía ciegamente en una vejez feliz, de nietos revoltosos y de diarios los domingos. Prefiere abstraerse de las posibilidades, de las azarosas situaciones lógicamente imaginables. No se da cuenta de que ella está escondida en cada rincón de nuestra vida, que decide nuestro destino con una sola mirada, con su frío y misterioso aparecer. Esa sorpresiva e inoportuna silueta fúnebre está dispuesta a desterrar a cualquiera de nosotros, obedeciendo a sus más ocultos caprichos. No tiene piedad, desconoce lo que nosotros entendemos por justicia. No discrimina por edad, se lleva desde ancianos hasta los más pequeños, a los niños que todavía no están contaminados de maldad. Los arrastra a su mundo de muerte, de horas sin esperanzas, de soledad inagotable. Uno se pregunta por qué, que hizo para que le quiten a un hijo, un padre o un amigo. Tal vez nada. Quizá alguno de nuestros actos haya desatado la furia del encapuchado con guadaña, y obre entonces con desgarradoras represalias. El hecho es que nadie lo sabe, nadie conoce su modus operandi. El dilema permanecerá inconcluso hasta el virtual paso hacia la otra vida. Hasta entonces, sólo podremos continuar con la trivialidad cotidiana, pero sin olvidarnos que la negra muerte estará presente en cada momento, en cada esquina, en cada café con amigos, hasta en la montaña más remota, esperándonos secretamente, vigilándonos, observando nuestros relajados movimientos. Lo que sí queda claro (al menos en lo que a mí respecta), es que no debemos tenerle miedo, sino proseguir con las rutinas, aprovechar esos instantes de felicidad tan pequeños pero a la vez tan importantes, estimular encuentros mágicos y, más que nada, disfrutar de aquello que nos rodea, porque ella acabará con todo el día en que llegue para buscarnos…
06/11/04
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