Reflexión Nº4 o del turista convencional
El turista convencional es aquel que contrata excursiones y alojamiento por adelantado, generalmente a través de una agencia de viajes y turismo. He observado su comportamiento (mi profesión facilita el análisis) y me he dado cuenta de varios aspectos curiosos del mismo. Casi siempre llega al lugar elegido sin saber nada o casi nada de su historia y de su geografía, como si fuese un avión que aterriza en un paraje desconocido a causa de una emergencia. Es una constante en él la brevedad de viaje, el apuro. Sus actos son gobernados por un plan previamente establecido por inescrupulosos agentes de viaje, que buscan exprimir a los turistas como naranjas, para desecharlos una vez obtenido todo el jugo. Esta clase de visitante mira las cosas sin verlas, sin entenderlas. No se da el tiempo para comprender el por qué, sólo se limita a asentir robóticamente, por inercia. Toma excursiones en donde viajan cientos y cientos de personas, que lo llevan a lugares clásicos de postales, ya pisados por más de millones de turistas como él. Gusta de ese show especialmente montado, desbordante de artificios y discursos bastardeados por el paso de los años y las previsibles repeticiones que exigen las empresas de tours convencionales. No se mezcla con los locales, su destino es relacionarse con guías que rara vez son autóctonos, guías que son especialistas en repetir como los loros y que permanecen ajenos a la realidad del sitio donde temporalmente viven. Disfruta de comer en lugares turísticos, de elegir en cartas organizadas sin creatividad ni regionalismos. Agotado por tanto trajin, a la noche vuelve a su hotel, debe descansar para cumplir con las órdenes del otro día, porque el tiempo vuela. Se regocija de placer mientras se envuelve entre sábanas y mantas hartas de tantos lavados, impregnadas de un crisol de olores internacionales, fruto de la diversidad de turistas cansados. Desayuna en el hotel (la media pensión lo incluye) y luego se escapa corriendo hacia otra misión más. El último día o la última tarde de su estadía la dedica a comprar souvenirs, postales, recuerdos tan irrelevantes como una piedrita o un pingüinito con el nombre de la localidad inserto vaya a saber uno dónde. Es prácticamente imposible que se vaya sin exceso de equipaje, cargado de valijas y baúles llenos de ropa indescifrable y excesiva. Ya desde la ventanilla del avión observa la ciudad que se pierde entre los rebaños de nubes, y piensa orgulloso para sus adentros que acaba de conocer a fondo un lugar maravilloso.
06/11/04
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