Melisa cerró uno de sus bellos ojos y se le desprendió una encrespada pestaña que, ingrávida como una pluma, voló y voló hasta filtrarse por el pórtico de un importante organismo estatal. La pestaña, cual partícula electrificada, cruzó los amplios salones del solemne recinto y un soplido de aire originado por un pequeño ventilador, la impulsó con fuerzas a una oficina, que en esos precisos momentos abrió sus bien custodiadas puertas para dar paso a dos funcionarios. Allí se erigía rotundo en su importancia, el computador central que distribuía y controlaba todo el quehacer de la inmensa ciudad. La pestaña, frágil y etérea, se elevó cual paloma miniaturizada para luego caer desvanecida y filtrarse por una rendija del sofisticado aparato. Una explosión ensordecedora antecedió a una tremenda humareda que oscureció la habitación y puso en alerta al personal a cargo. Luego de infructuosas maniobras, los técnicos desistieron en su empeño, puesto que el aparato estaba totalmente destruido. La ciudad quedó en tinieblas, El tránsito de vehículos se transformó en un verdadero caos al no existir ninguna señalización. Las transmisiones de radio y televisión se interrumpieron abruptamente y a la gente no le quedó más remedio que apoltronarse en sus residencias para hacer aquello que ya habían olvidado: conversar y meditar.
Melisa, encerrada en su pequeña habitación, despotricaba contra ese sistema ineficiente que le impedía ver su teleserie favorita…