Dioses ®
Habían surgido de la lejana línea redondeada del horizonte. Eran tres naves gigantescas, como nunca habíamos visto ni presentido siquiera. La más grande, si acaso pudiera existir alguna, venía adelante. De ella se desprendieron canoas, como las nuestras, pero en su interior venían era ellos.
Los dejamos acercarse, los dejamos pisar la arena blanda, húmeda. Sí, debían ser ellos. Teníamos que acicalarnos para recibirlos, habíamos esperado demasiado el momento de su llegada. Transcurrió una luna, antes de acercarnos. Parecieron sorprenderse, de seguro estábamos dándoles una mala impresión, pues mientras nosotros lucíamos con orgullo los cuerpos que nos había dado la naturaleza, pesadas telas y gruesas corazas, como para la guerra, cubrían los suyos. También tenían cuerpos.
El sol, que seguía caminando sobre su cúpula, se inclinó lo suficiente para que la sombra de uno de ellos alcanzara mi tamaño. Resolví mirarlo a los ojos, mientras él contemplaba mis pezones al aire. Un impulso irresistible me hizo deslizar el dedo índice sobre su peluda mejilla izquierda. Lamí el dedo y confirmé que sabía igual a como olía: a sal y sudor apelmazados, y concluí que no podían ser los dioses que aguardábamos, surgidos del mar. Fue ésa la primera señal, que ignoramos, de lo que después serían espantosas realidades.
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