Y el reflejo de tu alma apareció de entre la masa, y empezó a buscarme con su mirada de niña traviesa, esperando que mis pupilas se anidaran para siempre, sin decir nada, sólo esperando una palabra que rompiera el silencio de la eterna incomodidad.
Hablaste… una cascada de bellas melodías inundaron el pequeño cuarto que compartíamos sin querer, y yo sentía que se vaciaba tu pecho, que volcabas todo en mi. Y yo lo agradecía.
Miles de sonrisas siguieron a aquella coqueta mirada. Tus besos siempre anhelados volvían una y otra vez a mis labios que sabían buscarte y encontrarte, y esperaba dentro de mí con locura aquel momento en que repitiera el disfrutarte de lejos mientras creías que yo estaba ausente, extrañándote…
Pasaban los días y volvía a sentir la ausencia que tu respiración lejana me provocaba entre mis madrugadoras sábanas, y una gota de paciencia por el lento caminar de aquel reloj mantenía la calma. Porque la esperé tanto tiempo, me anheló desde el vientre, que hoy un vaso más de angustia podía ser degustado dulcemente.
Y tú, mi amor, me seduces con tu entera presencia, ya sin hacer nada apareces y desbordas mi colmada felicidad, enrareciendo el aire con nuestras pasiones ocultas que se enraízan en nuestra intima complicidad, tan sublime y perfecta.
Te amo, ¿hoy te lo había dicho? Creo que si, más, repetirlo no cansa mi voz gastada.
|