La perfecta taza de café.
Parecía una “vieja solterona” con tantos gatos y cachureos desparramados por toda la casa. Eran las cinco de la tarde y la tetera hervía, no tenía que hervir, “el café perfecto se prepara con agua a punto de hervir”, decía siempre; jactándose de lo bien que siempre le quedaba. Generalmente sus visitas le iban a ver dos o tres veces a la semana, no más. Su vida se había tornado muy aburrida y monótona desde que le detectaron su grave enfermedad: Síndrome Depresivo Agudo, con constantes cambios de personalidad, parecía bipolaridad. Un día viernes por la noche le encontraron arriba de un árbol, llorando por que “Frida” estaba preñada. ¡Bájate de ahí¡, le pedía su vecina nerviosa desconfiando de sus destrezas, además que por su evidente sobrepeso, era difícil creer que tan expedita sería su bajada. Pasaron dos horas y no bajaba, eran las doce de la noche y los carabineros hacían su llegada, todo el vecindario espectaba la patética y penosa escena. La fuerza pública logró asustar a Narciso y así lograr que bajara del árbol, lo metieron en su casa y acostaron en su cama, Nibalda, la vecina nerviosa, le dio sus medicamentos y se fue a su casa. Era un episodio muy normal para este vecindario. Narciso siempre protagonizaba este tipo de eventos, desde los 25 años cayó en una depresión muy grande desde que su madre murió atropellada una tarde de domingo, esas tardes en que no anda nadie por la calle, justo cuando un irresponsable atropella a una ancianita y la deja a merced de su agonía, se comenta que si se hubieran percatado del accidente y la ambulancia hubiese llegado a tiempo, todo esto no habría pasado. Narciso fue el único fruto de un matrimonio de dos adultos mayores que habían perdido todas las esperanzas por concebir un hijo, mimado y amado hasta decir basta. Su padre murió de Amnea, en el sueño. Desde eso, Narciso se hizo cargo de la casa, dejó de estudiar y solo trabajaba en una panadería responsablemente. El día de la muerte de su madre, Narciso prometió averiguar quien le había atropellado. No descansaba, sus horas libres las ocupaba en ir a los carabineros para indagar si había noticias acerca del hecho, la policía ya no tenía respuestas, estaban agotados de su presencia en el cuartel. Aquella tarde, mientras el agua hervía Narciso miraba por la ventana del segundo piso de su antigua casa, mientras en el tocadiscos aún utilizable; sonaba un rock and roll de Brenda Lee, pensaba si alguna vez lograría descubrir al culpable de la muerte de su madre, lo imaginaba hombre, no una mujer; decía que las mujeres son más buenas que los hombres, que no sería capaz de escapar si hubiese hecho algo así. Se apresuró a servir su café, pero al darse cuenta de que el agua había hervido, brotó desde su boca un alarido de angustia y desconcierto, nunca se le hervía el agua del café, estaba furioso. Comenzó a romper todas las tazas del estante de la cocina, siguió por tirar por la ventana todos los utensilios de la cocina: ollas, jarras, budineras, todo, hasta los tres gatos incluyendo a “Frida”. Su vecina nerviosa, Nibalda, corrió hacia la casa de Narciso, abrió la puerta rápidamente y se encontró con un joven muy alterado y salido de su razón, sus ojos desorbitados lagrimosos y rojos de rabia, inspiraban miedo, la fuerza adquirida en tantos años de cargar sacos harineros a diario le permitía tomar los muebles y lanzarlos por la ventana muy fácilmente, Nibalda desesperada llamó a la policía desde su casa, los vecinos muy desconcertados contemplaban nerviosos los hechos, Narciso se había terminado por volver loco, su angustia lo había llevado a desatar su impotencia por no poder hacer nada de lo que quería, su débil mente lo había transportado hacia un estado irracional en el cual no veía nada y a nadie. Al llegar la policía subieron por las escaleras al segundo piso de la casa en donde se encontraba furioso aún lanzando objetos por la ventana, en el intento de tratar de detenerlo, un policía se abalanzó hacia él y rápidamente Narciso lo tomó como si fuera un almohadón y lo tiró por la ventana provocándole la muerte instantánea. Los admiradores perplejos callaron de pronto, algunas mujeres se desmayaron otras gritaron horrorizadas, los niños presentes taparon sus ojos con sus manos, todo se volvió sangre y muerte, Narciso se propinó un golpe un la cabeza con un jarrón grande quedando así inconsciente y moribundo. Nibalda en la desesperación confesó ante todos los presentes que su hija mayor había sido la causante de todo el estruendo: había atropellado a la madre de Narciso. Su madre la obligó a callar para siempre, mandándola fuera de la ciudad. Narciso murió en la ambulancia camino al hospital de un derrame cerebral, la taza de café con agua hervida fue lo único que no lanzó por la ventana aquella tarde.
Fin.
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