POETA DE COLORES
Como payaso de plaza no era menos que mi obligación arrancarle carcajadas o sonrisas a la gente que pasaba por ahí, con la vista perdida en la nada, con un andar maquinal síntoma de una vida triste, falta de alegría. Almas que pedían a gritos ser rescatadas a risotadas. Y yo, el payaso humilde salvador.
Y sí, digo humilde porque no era otra mi ocupación. Sus risas eran una extensión de mi alma, fuentes de inspiración para una vida que pocas cosas para sonreír tenía. Risas era lo que yo pedía, a veces me daban monedas, no recuerdo siquiera en que se iban, lo único que contaba eran las sonrisas del día.
No recuerdo cuando, a penas como fue la primera vez que vi a aquella señorita adornar el lugar, caminando por la plaza. Su cabello ondeaba con el aire que anuncia la llegada del otoño, paso a paso, cadencialmente caminaba su belleza sobre mi alma, marcando duro, perenne sobre mi corazón de payaso.
Tonto sería describirla, y es que en aquella primera ocasión no tenía yo ahora esta condición, antes solo inventaba chistes, canciones y rimas para la caridad del día.
Pasaban los días y la ansiedad abatía, comencé a sentir que mis rimas algo cambiaban, a veces ya no obtenía sonrisas limpias (las niñas las acompañaban con suspiros) y lo peor llegaba cuando era la hora de que aquella señorita pasara por donde obtendría, como ella decía, la alegría del día. Porque de pronto ya no componía más que de flores y amores, ya no eran risas lo que obtenía, parecía que perdía mi talento natural para extirpar a palabras aquellas risotadas.
La vida me había tratado mal haciéndome pobre, mi alma poco necesitó para hallar sincera vocación en las risas, pero mas mal habíame tratado en quitarme el talento de arrancarlas, justo cuando apareció aquella dama.
Pero ella recurría con más frecuencia, al ritmo que crecía mi pena ella más venía. Ya no podía tener más momento de tranquilidad si no era en su compañía.
Desesperado, decidí reclamar a porfía aquellas risas a mi señorita. Llegó y ni el maquillaje ni mi ropa colorida ocultaban aquel serio y preocupado semblante que yo exhibía: -Señorita, ¿Porque vino ud. a robarme?, negándome sus risas que como payaso era lo único que yo pedía-, me miró, más intensamente que nunca, sentí algo en su mirada, no me atreví a descifrarlo. Mirándome y casi suspirando, usando las palabras más como un pretexto me dijo – Payaso ambicioso- sonrió, suave me acarició y continuó -tienes mis amores y me reclamas las sonrisas, no te puedo dar mas que estos suspiros-.
Yo no fui, fue aquella, mi alma de antaño que risotadas arrancaba la que habló después de sus caricias y palabras. Antes de hablar borró de mi cara los colores-- entonces señorita si no soy dueño de sus sonrisas si no de sus amores, entonces payaso no soy, ¡Payaso no!, poeta, ¡Poeta soy!
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