Mientras dormía los sueños se apoderaban de su mente. Al principio fue casual, luego, una constante de sus noches. Estaba preso de esa incertidumbre, ahogado en su propio vómito de imágenes que lo atrapaban en escenas de otras vidas. Y el mundo se vaciaba dentro de aquella mente en un protagónico cotidiano sobreviviendo a todo desenlace. A veces era perseguido, otras, maestro de escuela, niño, combatiente, astronauta, ciudadano, habitando las calles de una misma idiosincrasia. Sólo esperaba dormir para trascender en esos viajes, conocer historias deseadas, inconclusas, revelaciones pasadas o futuras. Y las noches se cerraban bajo el manto de sus ojos tejiendo el recorrido de esas vidas; ante su umbral, los cuerpos se plasmaban en interminables criaturas de pavor, engaño, horror, pasión, desencanto, locura, risa, desenfado, miedo, lágrimas. Luego nuevamente el vuelo hacia lo desconocido, esa felicidad implícita que lo ayudaba a seguir viviendo, junto a la soledad de sus entrañas ante aquella otra vida eterna... Hasta que su existencia, perpetuada en esa costumbre de ser y no un mismo hombre, optó su paradero.
Cuando al fin pudo regresar, nada existía para él, sólo esa ilusión de haber sido coetáneo dentro de los sueños, en un mismo e ilimitado mundo paralelo.
Ana Cecilia.
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