El ramo de novia
(Golondrinas)


“...tu anhelo de distancia
se aquietará en tu boca,
con la dulce fragancia
de tu viejo querer...”

Alfredo Le Pera


Aquella noche de 1936 la anciana mujer tuvo un sueño extraño y revelador. Una aparición mágica y premonitoria. Un preanuncio de lo que sucedería. Un ángel vestido de smoking se le presentó en su humilde morada. Conmovida por lo veraz de aquella escena, entre tontos balbuceos, sólo atinó a preguntarle su nombre. Federico - respondió tímidamente él, con esa suave voz que sólo los Ángeles poseen-. Ella quedó en silencio, absorta por todo aquello, sosteniendo una mirada profunda hacia los ojos de aquel extraño ser. Luego, con su mano, acarició su hermosa y negra cabellera. Su boca, tímida y suavemente, besó el filo de sus labios color carmesí. Quiso entonces cerrar sus ojos, dejarse llevar por todo aquello.

Su cuerpo, tan gastado por el tiempo, se estremeció en un leve sollozo. Él, solo sonrió; eso hizo que sus ojos del color de las almendras parecieran aún más bellos. Se juraron amor hasta el fin de todos los tiempos. Apresurados quisieron juntar las muy pocas pertenencias que la anciana poseía, luego desistieron de ello; nada de lo que había en ese cuarto podría serles útil o necesario. Antes de que el alba llegase, partieron definitivamente hacia el campo de los sueños.

Días después, alguien halló el cuerpo inerte de aquella mujer. Su rostro aún estaba cubierto por una tibia sonrisa de enamorada. Tenía, en una de sus manos, un marchito ramo de novias. La otra, apretaba un triste puñado de cartas amarillas. Todo aquel grotesco cuadro le daba a la difunta un aire patético y cruel.

La vieja... la solterona… Doña Rosita, había muerto “ahogada por el más terrible de los sentimientos. El sentimiento de tener la esperanza muerta…”(*)
Ese mismo amanecer de 1936, en Granada, moría también Federico García Lorca, cobardemente fusilado por un estúpido pelotón de balas asesinas.

21 de junio 2004
NYC

(*) Línea extraída de “Doña Rosita la soltera”, de Federico García Lorca