Sentarse de nuevo en un café.
Pero esta es Lima.
Y caminar por el camino difuso mientras en la primavera cae un cielo plomizo que parece hacer un perfecto degrade con la vereda y la pista y mi sombra que repite una y otra vez que las plantas están sucias, que las plantas están sucias y ya no se respira lo que se debería respirar, que la prosa es absurda y la música ya no me centra, ya solo abusa de mi tranquilidad y se deja reposar como un asterisco desesperado entre mis nervios, que el café ya no basta , que el café ya no huele y que mis manos otra vez despiertan al burdo olor del alquitrán.
Que Lima es imperfecta, y que ella a veces cae sobre mi como posándose en un cuadrado de 1 x 1, encajando sus caderas en las mías, pero otras veces se estaciona como queriendo atropellarme y se equivoca, me mal posee, solo deja su perfume para irse hacia otro lado donde cree que no me puede lastimar. Y que piso las líneas o no las piso, y el paso de cebra es distinto en todos los países pero lleva la misma pintura y significa lo mismo y a veces el frío que se cuela entre los pelos no es el mismo frío entre los pelos de ese cachorro plomo que no quiere cruzar el paso de cebra y enmienda su camino y desea que sus cuatro patas lo lleven en retroceso, quisiera derretirse, fundirse entre sus cabellos, pobrecitos sus cabellos, trasquilados, desordenados por el viento, que también conjugan con el degrade plomizo que cubre el camino real.
Ella no te llama y tu ya dejas de entenderla como un ser de madera, como un ser conciso y de pan.
Dejas de verla poco a poco entre los tonos grises que caen como cae la tarde, dejas que el café te relaje las pulsaciones y quisieras que todo te importara poco, que pisaras otro suelo y que su boca no sea deseo.
Que las plantas están sucias, que toda la calle parece sucia y el simple nombre calle ya la hace estar sucia, suena y huele a plomo, y cruzar el paso cebra delante del Mercedes Benz plateado parece como tratar de aprobar la tesis delante de los jurados, y el ruido de mil tenedores cayéndose y limpiándose no es igual que la batería de tu soundtrack de vida, no, tampoco se parece a ninguna voz conocida pero si te suena a turbina de avión y francamente ya no te gustan los aeropuertos.
Sentarse del lado del cuadro cálido y extraño de Miles y Trane pero más exactamente estar al lado del I don´t like you de acrílico y esmalte, y escribir que la música de amor esta sucia, que las palabras siguen sucias, y se repite una vez dos veces seis veces el mismo trayecto de suciedad impertinente bajando por una costilla hasta llegar al muslo y moverlo por horas, sin querer buscar una explicación o una mutación o sin querer dejarlo de mover.
Los dedos hinchados y rojos por la cólera buey. La cutícula impresa como un horizonte sin sol. El brazo como una botella de agua sin agua y sin gas, estéticamente acalambrado.
Repetirse que no, que está bien, que no estuvo bien y dejarse caer dentro de la taza del capuchino hasta que la canela se meta en un ojo y me haga llorar, que la crema me sirva de oración.
Pedir primero el capuchino, levantarse de la mesa y tratar de taparse los oídos de tan espantoso ruido de mis propios pasos sobre tus pasos, aplastando tu sombra que ahora camina conmigo y cruje horriblemente entre estas maderas y huesos.
Dejarse atrapar, dejarse servir y otra vez tener el aliento lleno de humos de tu voz, dejarse sentir inevitablemente ploma.
11- 10 – 04
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