SEGUIMOS RECIBIENDO LLAMADAS...
Se siente tonta al quedarse parada en el umbral, con la mano apoyada en la puerta. Nadie va a salir a recibirla; no debería, por lo tanto, sorprenderle que las luces estén apagadas y el único ruido sea el del televisor encendido del vecino de al lado. No debería, pero es que ahora con qué va a reconstruir su rutina. Cierra la puerta. Tira sus cosas a cualquier parte. Se sienta en el sofá. Prende la tele. Oprime frenéticamente los botones del control remoto: una telenovela, una película, un programa concurso, una serie cómica, un noticiario... No quiere ver televisión, sólo quiere que una voz ajena llene los rincones del departamento.
La cabeza le pesa. Se arrulla con la voz de José Manuel Alfonso que le
va a decir toda la verdad a Juana Lucía, no se lo pierda, hoy a las diez, el final de su telenovela favorita, aquí en canal... No siente el ruidito del control remoto al chocar con la alfombra. Diru-diru-diru... Bianca despierta un poco aturdida pues todavía cree ser Juana Lucía... Diru-diru-diru... Maldita sea, dónde dejé el celular... Diru-diru-diru... (Cómo pude soñar con esa telenovela de porquería)... Diru-diru-diru... ¿Y si es él? Diru-dir... ¿Aló, Enriq...? ¿Aló, buenas noches? (No, esa voz acaramelada no es la de Enrique). La amable operadora de la compañía telefónica le explica que la llama porque tiene el deber de informarle que si no paga la cuenta de su celular le van a cortar el servicio. Y para qué, piensa Bianca, si de todas maneras él era el único que llamaba. Pero escucha atentamente a la operadora porque, después de todo, es cortés, sino no hubiera esperado aquella vez a que Enrique terminara su explicación y le hubiera aventado la lámpara cuando recién iba por lo de la salida con Verónica. La operadora termina y le recalca que debe darse prisa. Bianca agradece, corta la llamada y estruja el celular mientras suspira.
Bueno, me quedo sin teléfono, una molestia menos, van dos. Otra vez el imponente silencio, ya no hay quien le diga que ya es hora de dormir y que deje de pasearse por el departamento porque hace bulla. Se siente bien estar a esa hora sin que nadie moleste. Aunque sin nadie que moleste la cosa como que se ponía aburrida ¿no?
Apaga la tele. Decide que es hora de dormir y se prepara para ello. Lo intenta. Otra vez el maldito insomnio que hace dos semanas la tiene mirando al techo toda la noche, cabeceando en la oficina, frustrada porque no se le ocurre ninguna buena idea para un comercial, afiche o panel. Da vueltas y vueltas y la cama se le hace demasiado grande para ella sola. Siente frío y las sombras que se proyectan a través de las cortinas parecen cucos que vienen por ella. Caray, y a quién va a abrazar ahora.
Decide que es inútil intentar dormir. Sale de la cama y enciende la luz. Dibujar, sí, dibujar es la terapia indicada. Tantas cosas que pueden aparecer en un papel. Pero ese Atlas tiene un rostro anguloso... ¿Atlas llevaba bigotes? Borra el dibujo... No, música, eso es. Pone un casete. Lo quita a los pocos minutos, la Morissette no cumple sus expectativas. I want you to know / that I'm happy for you (quiero que sepas que estoy feliz por ti). No, qué hipócrita. Would she go down on you in a theater? (¿te hace sexo oral en el cine?) De seguro que muchas veces y por eso el depa se veía tan grande. And are you thinking of me / when you fuck her? (¿piensas en mí cuando te la tiras?) ¿Lo hará? ¿Lo hará? Saca a Alanis, pone a Charly García. Por favor no hagas promesas sobre el bidet y escucha a Enrique cantando burlonamente desde la cama sólo porque ella había corrido al baño luego de que él intentara hacer un... ¿Qué? Cunnilinguis, mamita... ¿Cuni... qué? Y él ríe otra vez. Pero es que ella no tenía la culpa de que mamá le hubiera dicho que hay cosas que no se deben hacer en la cama, y por eso ella se sintió muy mal porque ya había roto antes eso que le dijo mamá de que el sexo se reservaba para luego de la boda y hasta que la muerte los separe, hijita, pero a mamá y papá no los separó la muerte; a menos, claro, que la muerte usara tacones altos, lápiz labial y hubiese fungido de secretaria en la oficina de papá.
Saca el disco, Enrique y Charly dejan de cantar. Pone la radio, la radio es un instrumento maravilloso, de alguna manera es su cómplice. En cualquier momento vas a escuchar una canción acorde con tu situación actual interpretada por el cantante o grupo del momento. Pero no, en este momento no sucede nada. La radio tampoco cumple sus expectativas, las mismas tonadas comerciales y empalagosas de siempre, con los mismos amabilísimos y empalagosos dj´s con lo mismo de que continuamos con la sintonía, seguimos recibiendo llamadas, pide tu canción favorita. Prueba las estaciones, sintoniza una y otra vez y nada. Hoy los programadores no están dispuestos a complacerla.
¿Ah, no? Coge el celular. Marca. Una voz amabilísima le contesta. Llamaba para hacer un pedido, dice Bianca con un tono de voz que no suele usar y que nadie reconocería como suyo. Ok, dime, contesta el tipo. ¿Puedes poner Demon Lover de Shocking Blue por favor? Ok, contesta el tipo, Demonio enamorado ¿no?, te la voy a buscar, hasta luego. Hasta luego, responde Bianca y corta. Pone atención. Pasan dos, tres, cuatro canciones, un comercial, otra canción. Nada, no se aparece su canción favorita. La canción en honor de Enrique que ella ponía a todo volumen cada vez que la pasaban en la radio.
Deben haber pasado como treinta canciones ya. Mi pedido, idiota, dijiste que lo ibas a buscar. Está con las piernas cruzadas sobre el piso, al lado del equipo de sonido. Tal vez se dio cuenta, piensa. Ah, no. Se pone la ropa que dejó tirada en el piso. Coge el walkman, se lo pone, sintoniza la misma estación que su equipo. Apaga su equipo. Coge sus llaves. Sale. Baja las escaleras. De aquí a su destino hay diez o quince minutos de camino, más te vale que pongas la canción. Sube al coche. Prende el motor, prende la radio, la misma estación. Apaga el walkman y lo tira en el asiento de atrás (no importa que s rompa, me lo compró él). Maneja, se salta los semáforos en rojo, qué diablos, es más de medianoche. Una balada en español, un rock, un jazz, el último éxito pop. Nada.
Frena en seco frente al edificio. Sale rápidamente del auto. El vigilante ni la mira, ya está habituado a verla llegar. Y así como el vigilante, los demás la dejan pasar hasta llegar al cuarto piso, donde está la cabina del dj-programador y ve que el letrero de en el aire está apagado y que, tras la luna que impide pasar el sonido a la cabina, está el tipo, sí, tú, quiero mi canción. ¡¡Mi canción!! Exije Bianca. Enrique recién se percata de su presencia y se queda con la boca abierta pero no la puede escuchar, sólo la ve gesticular y dar de puñetazos a la luna. ¡Sal de ahí! Grita Bianca y Enrique sale y balbucea un hola y nada más porque tiene que coger de las muñecas a Bianca antes de que se la emprenda a puñetazos contra él. ¡Mi canción! vuelve a exigir ella y Enrique no sabe qué hacer, por qué viene esta histérica a fregar. Maldita sea, cálmate. Y ella se calma y va a decirle toda sus verdades porque ya se cansó de ser cortés cuando entra un tipo bajito que no se ha percatado del jaleo y le da a Enrique un disco. Lo encontré, choche, por fin; dice el tipo y se va con las mismas sin fijarse que a Bianca ya se le quitaron las ganas de gritar porque acaba de fijarse que el disco es de los Shocking Blue mientras que de la consola se escucha la voz grabada de un anónimo locutor que anuncia que seguimos recibiendo llamadas, haz tu pedido, y Bianca se siente tonta, más tonta que nunca.
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