Mi boca desnudaba tu nuca con su lengua en un aquelarre de sentidos, jugosa, reptando en los confines de esa carne enamorada y tierna. Y el encuentro se desataba en un roce de labios deslizando por la pradera de tu espalda, yendo y viniendo bajo un cruce de espasmos; mientras, la adrenalina se agolpaba en mis pezones socavando el resto de tu vida en indescifrables gestos, ardiendo en esa memoria de placeres. Y la savia caía en el vacío de ese amor, en la espesura lenta de una agonía cómplice jugando en las fronteras, sublime, edificando las tinieblas de mi vientre, furioso, agitado, exhausto. Detrás, la sangre se conjugaba en un conjuro fluyendo entre las piernas, erecta, viril, apasionada, rasgando el universo de esta piel tallada por tus manos. Habitabas mi ser recorriendo el laberinto de las venas dentro y fuera de mi cuerpo, amando los instantes en que me poseías, cuando el cielo declinaba por mis pechos bajo las caricias de tus labios en un hilo que me recubría toda, mojado, sorbiendo la quietud en torbellinos. Estoy dentro de ti lamiendo el cruce de las sombras, extendida en el regazo de tu celo, agazapada fagocitando las entrañas, abierta, inconclusa, rodeando tu semblante con mis labios, deseosa, efímera, en el lento devenir de los instantes que se funden en ti.
Ana Cecilia.
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