La historia del canario, el gorrión y los azulejos
Esa mañana el sol entraba con más fuerza por la ventana, dándole un brillo inusitado al hermoso piso de azulejos, asemejando a un espejo de cerámica raro y único.
De la jaula de plata colocada en el alfeizar de la ventana, el canario dibujaba juegos y trinos al son de las piruetas que el sol iba haciendo en el piso. El pajarillo, enamorado de la bellaza del extraño suelo que día a día observaba desde su jaula, cansado de no poder tocarlo, abrió su jaula a fuerza de astucia y voló hasta posarse con suavidad en el refulgente piso. Patinó un segundo y paró algo azorado, sintió la fuerza de la belleza que emanaba la cerámica a través de sus diminutas patas, disfrutó el contacto, acarició con el pico y las plumas tanta osadía hecha por el hombre.
Desde la ventana un gorrión lo miraba y reía...
- ¡Loco ¿qué persigues, el reflejo del sol en una superficie pulida?
- No ves que todo es una ilusión, como todo lo que el hombre hace...
- Tal vez lo sea – Le contestó el canario – Pero la bellaza que refleja es tal que aún sin la luz del sol su perfección hipnotiza.
- No hay nada hermoso sin la luz del sol – le refutó el otro.
- Te equivocas amigo, en la penumbra los objetos bellos adquieren la prestancia de lo mágico. Solo la verdad es duradera, día y noche...
Y el sol, como oyendo la sentencia del canario, se ocultó tras una larga nube para demostrarle al visitante la verdad de lo dicho.
Entonces el piso dejó de jugar y adquirió una atmósfera de plácida belleza. El visitante asombrado por la magia que veía también se sintió subyugado por el encanto de ese extraño suelo. Voló hasta su amigo y juntos en silencio, admiraron la obra de las sombras sobre el suelo y de este sobre ellos. Y sin darse cuenta alguien los miraba, alguien agazapado que llegó de sorpresa, saltó sobre ellos y los engulló. Un enorme gato blanco también admiraba la belleza del piso, pero más el sabor de los pajarillos en su boca.-
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