Era una noche de las más calurosas del verano.
Tiempo de relax, de moragas en la playa y tinto de verano.
De baños a la luz de la luna, de besos de sal, abrazos de arena mojada, luna llena y buena compañía…
¡Sugerente!...
Pero el cuento no es así, yo lo hubiera preferido, más no es lo que he venido a relatar.
…Era una noche de las más calurosas del verano, María trasteaba en la cocina a la única hora en que la casa parecía estar dormida.
Se escuchaban murmullos de voces contenidas en el cuarto de los niños, ronquidos de león en la alcoba principal, el tic-tac del reloj en el salón y el ronroneo suave de la lavadora.
¡Por fin un momento de tranquilidad tras un día agotador!. María puso la cafetera al fuego para saborear un aromático café antes de retirarse.
Sin darse cuenta llegó el sueño, ese que viene cuando se tienen los ojos abiertos.
El murmullo de las voces se fue convirtiendo en el crepitar del fuego a la orilla del mar, los ronquidos de león en las olas batiendo contra las rocas, el tic-tac del reloj en los latidos de su corazón, y el ronroneo de la lavadora en dulces palabras acariciando suaves sus oídos…
Así estaba María sumida en su embeleso, cuando un extraño olor comenzó a turbar su sentido olfativo.
El león salió de su guarida, cambiando los ronquidos por aullidos, ya no se escuchaba el mar, ya no olía a sal.
-“El café se ha quemado, estúpida, es que ¿no eres capaz de hacer nada bien?, ¿quieres que ardamos todos en el infierno de esta casa?”
María presurosa apagó el gas.
Una cafetera menos, y un sueño más que no se hará realidad.
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