Mi querido amigo, Julio Enrique:
Abro mi portátil, por primera vez, para refugiarme entre letras y amigos ¡Por fin llegó la clavija de espiga vertical! Y el voltaje terminó por adaptarse al espíritu de Cuba y a sus gentes.
¡Cuántas cosas que contar! ¡Cuántas sensaciones, emociones y vivencias que se apelotonan, revueltas, entre el desorden de muebles y papeles ¿Terminó la mudanza? Pensarás ¡Qué va! El viaje continúa, para que el espíritu fluya como corriente de agua y no se estanque.
En tu carta me hablabas de Gertrudis Gómez de Avellaneda, mejor dicho, me descubrías a “Tula”. Y mi mirada, aquella tarde del miércoles, se bañó en el mar de sus versos y en su vida. Una vida que nació para sentir su latido, su pulso constante, su resistencia, su fuerza.
Y de nuevo amanece, Julio Enrique, en esta orilla del mar Caribe… Y la luz, alternándose con la oscuridad, va explorando en el Camagüey colonial los vestigios de un pasado que abriga el patrimonio contenido de este archipiélago. Voces que no han parado de cantar sus trovas, deteniendo al tiempo en el espacio. Y se escuchan ¡Créeme! ¡Se escuchan! El mar devuelve siempre a la playa los espíritus que en su seno albergó un día. Esos cantos que oyeron las olas duermen, encerrados, esperando ser algún día escuchados, en las caracolas de todas las playas, en todas las orillas de todos los mares.
Esta tarde sopla el viento, gime, aúlla. Y las palmeras danzan. Aquí, en esta tierra, la naturaleza sumisa se cimbrea al ritmo de la brisa y se arraiga, obediente, a su capricho. Hoy, querido amigo, el eco del viento me trae el suspiro de unos versos que, sin duda, escucharás en las costas del Caribe mexicano. Es la estrofa del poema “Vine en un barco…” , de Nicolás Guillén, compatriota y paisano de la gran poetisa camagüeyana:
“¡Oh Cuba! Mi voz entrego.
En ti creo.
Mía la tierra que beso.
Mío el cielo.”
Cae la tarde, y una Cuba majestuosa despliega sus campos de caña y su riqueza de azúcar fosforescente. Y al derrumbarse el día, al borde de ese mar que la ciñe, emerge orgullosa La Habana, tirada por míticos carros revolucionarios ¡esplendorosa! salpicando el malecón de aromas de ron y aguardiente, llenando de color las últimas horas del día. Y en su caída va cerniéndose la noche, rumbosa, como una criolla que baila al son del danzón y el bolero, dejando a la tarde fascinada por su enardecida jornada.
Contemplación de esa noche que viste su tierra, nos pide en estos versos la bella “Tula”, cuando dice:
“A ti te amo también, noche sombría;
amo tu luna tibia y misteriosa,
más que a la luz con que comienza el día,
tiñendo el cielo de amaranto y rosa.”
¿Y qué más contarte, amigo, de todas las experiencias que verdaderamente merecen la pena en este viaje, si no pararía de destacarte versos y de describirte esas sensaciones que empapan mis pupilas cuando me pierdo, una mañana, por las estrechas y coloridas cuadras de la Vieja Habana? Quizás, sin dudar, reafirmarme en éste, mi eterno enamoramiento: la Vida; y en que seguiré escribiéndote ¡Seguro!
Desde este otro litoral, con mi amistad, en este Caribe que riega las dos orillas, te dejo unos versos de éste, mi cantar a Cuba, y un beso.
“Tiene Cuba en su cantar,
abierta en su soledad,
una grieta de poemas,
una lluvia libre de versos,
y un clamor hecho canción
de cultura y dignidad!”
Alicia (maravillas)
|