Romances…
Aquello no sé si lo soñé o realmente lo vi, pero lo que si esta claro aun -después de tanto tiempo- es que fueron muy curiosos estos acontecimientos, que relatare brevemente a continuación.
La luna llena brillaba aquella noche intensamente bajo un despejado cielo veraniego. Un aire muy frío nos envolvía haciéndonos tiritar intensamente. Habíamos recorrido un buen tramo por la tarde, de la ladera de aquel coloso cerro, husmeando en el campo, bajo las piedras, entre las corteza de los árboles en búsqueda de insectos y hojas para nuestro laboratorio de biología. El profesor encargado enfermo repentinamente por lo que hicimos los diez, el viaje solos. Pronto nuestros pomos de nuestras se encontraban llenos de tarántulas peludas, grillos iracundos, sapos extraños, lombrices viscosas y uno que otro escarabajo pelotero. Ya cansados de nuestras incursiones y trifulcas con estos malgeniados bichos, degustábamos un ron de dudosa procedencia frente aun humeante fogón. En nuestras carpas tras nosotros se posaban nuestras sombras largas y deformes remedándonos tétricamente. El cántico de luciérnagas y grillos parecían lamentar la ausencia de sus infortunados colegas.
Pronto comenzaron a aparecer como por arte de magia tragos de variadísimas composiciones con colores extraños por la falta de luz. Nuestros cuerpos aun novatos en estos menesteres alcohólicos, engullían ávidamente cada vaso con placentera devoción. Hasta que cansados y completamente ebrios dispusimos nuestro descanso en nuestros lechos plásticos. Fue allí que enfundado en mi bolsa de dormir aturdido por el alcohol note extraños ruidos dentro de mi mochila, pronto estos insólitos ruidos se tornaron en un barullo claro e impreciso. ¡Oh, gran sorpresa! Eran fósforos que marchaban en perfecta formación como soldados desenrollando vehementemente el virginal papel higiénico iluminados por mi potente linterna, que por ratos -al incidir en mis pupilas- me producía inquietantes enceguecimientos. Parecía ver algún tipo de preparativo por que en esas mismas andanzas iba los binoculares que se dispusieron delante del papel, por su parte unos chocolates de leche que ignoraba tener se echaron de largo frente a este último. Luego un cántico extraño pero peculiarmente hermoso emergió- supongo- de las gargantas de los fósforos. Mientras que mis botas mismos vehículos llegaron a la escena. De una de ellas salió mi brújula y de la otra calzadura emergió el reloj; ambos se tomaron de las manos y caminaron hacia delante. Tras sus pasos un explosivo aplauso se descargo de decenas de pequeñas manos. Fue cuando lo comprendí ¡Era un matrimonio! Luego el silencio se hizo escuchar, los novios encima de los chocolates se observaban tiernamente. El reloj rompió el silencio diciendo: “Mi amor siempre te he amado por tu cordura, por que siempre sabes donde estas y adonde guiarme”; igual yo –dijo la brújula- “Mi amado reloj desde hoy en adelante marcaremos el tiempo juntos y no abra nada en el mundo capaz de separarnos. En esos instantes los binoculares fungiendo de cura Haciendo las preguntas de rigor. Ambos lo sellaron con un si contundente en medio de la algarabía de los presentes.
Como al medio día desperté teniendo el lívido recuerdo de esa inusual ceremonia. Para sorpresa mía era el único despierto y en mi mochila no estaban mi reloj ni mi brújula y en el suelo estaba aún mi papel higiénico. Desde entonces y tras las burlas de mis compañeros de colegio por mi fantástica historia no he vuelto a tomar gota de alcohol alguno.